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El personaje: un ingeniero civil que ha marcado la ciudad

por: karelia alba

Todos los caminos llevan a... en este caso a Guadalajara y en buena medida gracias al trabajo de Don Felipe Arregui Zepeda. Él es uno de esos héroes anónimos que mediante su trabajo ha contribuido a que ésta sea una urbe de la importancia que lo es actualmente.

Don Felipe está próximo a cumplir los 102 años de edad, lo que ya es sorprendente. Sin embargo, no sólo tiene muchos años que admirarle, sino que en la mayor parte de su vida como profesionista se dedicó apasionadamente a su trabajo como ingeniero civil, desarrollando caminos, urbanizando fraccionamientos, pero también cuidando a su familia.

Ha sido un hombre bendecido, recto, formal y conservador, pero tolerante y visionario en el terreno del juego de los negocios. Él se autodenomina “tapatío”, aunque nació en Sahuayo, Michoacán, el 31 de diciembre de 1906. Fue el quinto hijo de la familia que formaron Francisco Arregui Sánchez y María Concepción Zepeda y Zepeda, ambos originarios del lugar.

Su padre, Don Pancho, se dedicó al comercio, a la agricultura y la ganadería, cultivaba, compraba y vendía, ya fuera ganado, maíz o garbanzo entre otras cosas. Llegó a poseer grandes extensiones de tierra cultivable y hatos ganaderos en Michoacán y Jalisco.

De su infancia, Don Felipe mantiene muchos recuerdos. “Yo soy michoacano, nací en Sahuayo y me vine a Guadalajara a la edad de cuatro años, así que ya soy tapatío”. Llegó a vivir a la ciudad y le tocó vivir el paso de las tropas revolucionarias por Guadalajara, momento en el que tuvo que refugiarse junto con toda su familia en la casa de -entonces cónsul de Italia- Vicente Gusmeri Capra.

Aunque el viaje era largo, nunca dejó de visitar la tierra de su padre. “Íbamos constantemente a Sahuayo. Allá teníamos nuestra casa, teníamos muchas propiedades agrícolas de mi papá y herencia de mi papá”.

“Mi papá se vino a vivir aquí cuando compró la Hacienda de Oblatos, que estaba pegada a Guadalajara y nos venimos toda la familia en 1910. Vivíamos en Las trojes de Oblatos-agrega-, así se llamaba el edificio, uno muy grande que estaba ubicado en las calles de Belisario Domínguez y Álvaro Obregón, actualmente ahí hay una escuela que se construyó en donde estaban las trojes -que eran las bodegas-. Nos compró el gobierno esa propiedad y nos pagó con otras al cambio”.

¿Cómo ha sido su vida en Guadalajara?
 Mi vida ha sido muy tranquila. Yo aquí en Guadalajara he vivido muy a gusto. Yo me siento tapatío. Guadalajara ha cambiado mucho, ahora ya está muy grande, pero cuando yo estaba muchacho, era muy tranquilo; había muy pocos automóviles, había trenes eléctricos y no tenía mucha gente. Si mal no recuerdo, hicieron un censo y éramos 110 mil habitantes, era chico, no como ahorita que somos dos millones.

Un camino definido

Ya graduado de la Escuela Libre de Ingeniería, la cosa era comenzar a trabajar en algo y de preferencia -el entonces joven Felipe Arregui- quería participar en un proyecto grande. “Estuve trabajando en la Comisión Nacional de Irrigación en la Presa Calles, en Aguascalientes, y estando allá me querían cambiar a México y yo no me quise cambiar porque acá tenía la novia -una con la que después me casé-, no me quise ir a México y renuncié. Me vine aquí a trabajar por mi cuenta y escogí mal tiempo porque fue junto con la crisis de los años 30 y no había trabajo, nadie tenía dinero; los pocos trabajos que hacían estaban controlados por dos ingenieros que ya tenían tiempo trabajando aquí, pero entonces yo comencé a venderles los materiales de construcción, puse ladrilleras y vendía ladrillo, arena y piedra para los cimientos de las casas y así me fue hasta que el General Cárdenas nos dio el contrato de hacer la carretera de Jiquilpan a Colima, entonces ya me dediqué a carreteras”.

Su referencia es en plural debido a que él, con sus hermanos, había fundado una compañía que se llamaba Constructora Michoacana, la cual trabajaba en la construcción de carreteras en Michoacán y en Jalisco.

“Me casé un vez y con una sola mujer, duramos 66 años de casados. Ella murió hace seis años”, recuerda.

Un matrimonio ejemplar: cautivado por la belleza de Guadalajara

Esa novia tapatía se convertiría en su esposa tras un largo noviazgo. 1935 fue un año decisivo para el ingeniero Felipe Arregui Zepeda, quien a sus 29 años contrajo matrimonio con Amparo Vázquez Arroyo, pertenecío a una familia muy acreditada en Guadalajara.

“A Amparito le dije: pues no puedo ser rico, no tengo dinero pero puedo disponer de 200 pesos mensuales, ¿te animas a casarte? Me dijo: Sí. La verdad no le di 200, le daba 300 pesos, rentábamos una casa nueva en Unión y López Cotilla, una buena casa recién hecha, nosotros la estrenamos, pagábamos 60 pesos de renta y teníamos dos sirvientas, la cocinera que ganaba 12 pesos y la recamarera que ganaba 10. Vivimos muy a gusto, teníamos automóvil pero no teníamos chofer hasta después. Apenas me casé se me vinieron un trabajo y otro y otro... Yo le llevaba cinco años y siete meses”.

Amparito es la mujer que cautivó el corazón de Felipe, con ella formó una familia con bases sólidas, tuvo cinco hijos: “Fueron ocho, pero tres murieron. Mis hijos son Felipe, Jorge, Carlos, José Luis y Gabriel; tuvimos a Lupita que se nos murió, era después de Jorge, y se murió al mes de nacida de una pulmonía. En aquel entonces no había antibióticos, sino no se hubiera muerto de eso; después de Gabriel hubo otras dos niñas que se murieron al nacer…ya no nos tocaba tener mujercitas”.

Actualmente tiene 20 nietos y 30 bisnietos. “Una familia grande bendito sea Dios”.
Del inicio de su matrimonio y como buen ingeniero, disfruta contando: “La primera casa que compré fue en la avenida Vallarta, una casa vieja que yo reconstruí, la compré en 20 mil pesos, le metí 10 mil pesos en reparaciones y la dejé como nueva, ahí nacieron mis hijos ( Salvo los dos mayores, Felipe y Jorge)”.

Él no construía las casas que habitaba “porque no tenía personal para hacer edificios, siempre hice carreteras pero sí trabajé con varios arquitectos: Couffal fue uno, Nacho Díaz Morales, José Manuel Gómez, Fernando Manzemín”.

Cuando la Cristiada, me metieron al bote...

Don Felipe es un hombre católico y así fue como lo formaron en su casa, en donde pese a la prohibición de cultos (en la época de los cristeros), en la casa de los Arregui se celebraba misa a diario. De aquí Don Felipe nos cuenta una anécdota: “A mí me metieron a la cárcel porque junto al templo de la calle Parroquia (El Pilar) había un convento, y un día fueron a expulsar a las monjas -yo vivía por ahí-. Y estábamos un grupo de gente viendo y gritando contra la policía, de seguro yo grité más fuerte que otros porque nada más a mí me llevaron al bote. Los policías me llevaron a un calabozo en la presidencia municipal. Los calabozos eran unos cuartos como de metro y medio de ancho y como de cinco metros o seis de fondo, ahí estaba lleno de borrachos y de rateros, y ahí me metieron. Afortunadamente traía cigarros porque yo en ese entonces quería enseñarme a fumar -y no me gustó, por eso no fui fumador- y les di cigarros a los presos y los hice amigos. Me soltaron porque mi papá fue a hablar con Guadalupe Zuno, el gobernador, para que me soltaran y me soltaron a las cinco de la mañana. Al salir tenía la ropa impregnada a las vascas y los olores de borrachos, apestaba. Llegué a mi casa y le dije a mi mamá: ‘Me voy a ir al baño turco -los baños del hotel Fénix de vapor-, me voy al baño para desinfectarme’. Me llevé ropa limpia y me bañé y con eso me cambió todo”.


¿Cómo se siente ahora que va a cumplir 102 años?
“Me siento bien, estoy bien de todo, no tengo ninguna enfermedad nada más cansancio”.
Sus días los vive de forma tranquila, a diario tiene una visita diferente por parte de su familia, ya sea de sus hijos o de los amigos de sus hijos, momentos que son agradables. “Yo ya no hago nada, ya no, ya hice”, explica.




Hechos son amores

Un hombre que ha trascendido en Guadalajara a través de sus obras.“Una de las primeras cosas importantes que hice fue el proyecto de ampliación de la avenida Juárez. La calle tenía 12 metros de ancho y se amplió a 20, se tumbaron ocho metros de un lado de la calle, casas y todo. También tuvimos que recortar los portales, se metió pavimento nuevo y todos los servicios de agua, drenaje, teléfono, luz”.

“Después siguió el Estadio Jalisco, -añade-. Estaban los proyectos pero nadie se animaba a hacerlo, y yo con la Constructora Jalisco –yo era socio- lo financié con el banco de Zamora, di la responsabilidad del préstamo que nos hicieron; en ese tiempo ocho millones. Pero luego, entró Compañía General de Aceptaciones de Monterrey que nos aumentó a 15 millones y ya se hizo la obra del Estadio Jalisco”. Proyecto que le llevó varios meses, un poco más de un año.

“Lo demás, pues no valía mucho la pena. Mi trabajo regularmente era el de pavimentar calles, meter agua y drenaje a las calles, en fin”.
Entre sus recuerdos se mantienen otras obras importantes que realizó: “Yo pavimenté con asfalto los sectores Reforma y Libertad que después otro gobernante, años adelante, quitaron el asfalto y pusieron concreto. Pero yo pavimenté y metí agua y drenaje a ambos sectores por cuenta del Gobierno del Estado y, como le digo, pavimenté con asfalto”.

Al llegar a los 85 años se retiró de los negocios. “Yo hacía muchos fraccionamientos, compraba un terreno, lo urbanizaba y lo vendía en lotes.
Fraccionamientos como Vallarta Poniente, El Paradero, Alcalde Barranquitas, Las Fuentes, Prados Providencia,  Acueducto Providencia, Oblatos y Santa Cecilia, entre otros”.

Él llegó a Guadalajara y se quedó prendado de su belleza. Felipe Arregui Zepeda es uno de los héroes que muchas veces permanecen en el anonimato, aun cuando su trabajo sigue siendo parte de nuestro día a día, sigue manteniendo el cariño por su ciudad, y desde luego, la afición por el equipo al que le construyó un estadio, las Chivas.

“Ya no me queda nada más que pedirle a la vida, tengo muy buenos hijos, tuve muy buena esposa, muy buenos padres, salud a pesar de mis años, así que no me queda más que darle gracias a Dios”

“Gracias a Dios que me deja vivir un año más con salud”

“Mi papá era hacendado y los revolucionarios iban contra los hacendados, yo los veía como enemigos pero ya de grande traté con muchos militares y políticos y vi que eran gentes como yo, y cada cual con su ideología”

Pertenece a la última generación de la Escuela Libre de Ingeniería, graduado en 1928
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