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El inclasificable Roger Bartra
Sus primeros trabajos fueron como arqueólogo, después como etnólogo, luego de antropólogo social, así, de salto en salto, llegó a la neurociencia, tema que aborda en su más reciente libro
Una de sus nuevas empresas es tender puentes entre las ciencias duras o exactas y las ciencias sociales. Es un académico que ahora se mueve entre ambas disciplinas, uno que pone nervioso a muchos.
Ese es su medio ambiente, su hábitat natural. Mantiene el vigor intelectual con sus nuevas inquietudes: la neurociencia, la moral, el cerebro. Los plasma en Cerebro y libertad. Ensayo sobre la moral, el juego y el determinismo fruto de una rigurosa investigación y una detenida observación y que platica, tan campechano como siempre.
—Hablando de decisiones, usted ha decidido incursionar en varias disciplinas de estudio, ¿qué le ofrece a usted, a su cerebro, esta dinámica que va de la antropología a la ética, o de la neurociencia a la política?
—Para mí, a lo largo de mi vida, ha sido algo muy importante y algo muy estimulante trabajar en una temática y dar un salto a otra, a veces contigua, a veces no tanto. Eso no es algo normal, no es algo que se espera de los profesionistas, de los académicos, sino lo que se espera es que permanezcan en un área, en su parcela, en su especialidad y que no se estén moviendo porque todo mundo se pone nervioso. A mí me ha parecido fundamental. Originalmente mis primeros trabajos fueron como arqueólogo, después me pasé como etnólogo, como antropólogo social a estudiar sociedades campesinas, estructuras agrarias, de ahí me conecté más bien a los estudios políticos, estructura política y salté a los temas de la identidad nacional, cultura nacional, de ahí salté a la mitología, los mitos del hombre salvaje por un lado y los mitos de la melancolía por el otro, y di por fin un salto a la neurociencia. Yo creo que es una cadena, que está conectada, no es algo azaroso, pero me ha dado una visión más afinada del mundo que nos rodea. Creo que es importante dar estos saltos y que son los que contribuyen a que las fronteras entre las ciencias sean más porosas y que esas fronteras entre las ciencias duras y las humanidades tiendan a borrarse.
—En su ejercicio profesional convergen educación y cultura, por ejemplo; en política de gobierno están separadas, ¿deberían tener una misma directriz? ¿Qué problema se enfrenta al separarla?
—Soy antropólogo y concibo la cultura de una forma muy amplia, no como la conciben en el CONACULTA, que son las expresiones intelectuales, artísticas, etcétera. Para mí la cultura es algo mucho más amplio, pero si nos referimos esta forma estrecha de la cultura, digamos que se refiere especialmente a las artes y a expresiones académicas cercanas, por un lado, y por otro lado la educación, creo que están estrechamente ligadas, pero no está mal que sean ámbitos distintos, incuso en algunos países existe un ministerio de educación y uno de cultura. Aquí hay una cosa mixta, un poco ambigua porque los políticos no han llegado a definir exactamente sus campos. Pero digamos que las instituciones educativas son los grandes motores que impulsan la expansión de lo que llamamos estrechamente cultura.
—En su nuevo libro hay mucho contenido de ciencia dura, o exacta, y social, ¿cuáles son las expectativas de éxito cuando se trata de congeniarlas?
—Hay que reconocer que hay muchas resistencias cuando se trata de construir puentes entre las humanidades y las ciencias, porque es una división muy antigua y muy profunda. No es una tarea fácil. Del cualquier modo, me parece una tarea indispensable, especialmente en el terreno de quienes estudian la conciencia, la mente y que vienen de muy diferentes campos: de las ciencias duras y las neurociencias, hasta la antropología, la sociología, etcétera. Creo que si no se trabaja en conjunto no se va a avanzar; por eso desde que escribí Antropología del cerebro he insistido en esto y he notado resistencias fuertes, porque muchos de los que se dedican al cerebro no ven con buenos ojos que la conciencia, la mente, se conciba como algo que está también fuera del cerebro.
A ellos les recuerdan aquellas viejas tesis cartesianas, dualistas —que por un lado está la base física, fisiológica, y por otro lado la metafísica y teológica— y claro, eso les molesta, pero no todo lo que está fuera del cerebro es metafísica; la cultura para comenzar, la sociedad, y todo eso que no tiene nada de metafísico y es externo al cerebro. Y se ponen nerviosos los neurocientíficos cuando tienen que conectarse con algo que para ellos es simplemente el medio ambiente, de donde vienen in puts.
—¿Dónde ha encontrado más resistencia?
—En todos lados. Los científicos sociales, digamos, los humanistas también se resisten mucho, como gato bocarriba a la introducción de ciencia duras, porque les parece que es una invasión inadmisible. Por eso la sociobiología generó tantos problemas entre sociólogos y antropólogos que lo veían como una invasión de los biólogos, pues absurdamente, pues se trataba de biólogos que estudiaban sobre todo sociedades animales, no a los humanos, o poco a los humanos.
—¿Eso tiene relación cuando decide retomar el concepto de Uexkül —biólogo vitalista que acuñó el concepto Umwelt— en su libro?
—Sí, y bueno, es un biólogo ya muy olvidado, entre otras cosas, porque cometió un error fundamental: se opuso a las tesis evolucionistas. Pero al mismo tiempo tuvo intuiciones muy interesantes e hizo estudios sobre la relación entre el individuo y el animal, Umwelt, como le llama él al medio circundante. Y es él quien fue traducido al español por Ortega y Gasset y de él sacó la más famosa expresión de Ortega y Gasset, según la cual, “Yo soy yo y mi circunstancia”, en realidad es una traducción de las tesis de Uexkül. Puse ese ejemplo porque hay ahí una relación de un biólogo muy importante de comienzos del siglo XX y un gran filósofo español.
—En su ensayo hay dos conceptos angulares, el indeterminismo y la deliberación, ¿cuáles son unas buenas condiciones para su sana convivencia en el individuo?
—Considero que la manera en que los humanos nos escapamos de las redes deterministas es justamente este juego que hay entre las redes cerebrales y las redes exocerebrales. Y que es este circuito en la parte externa, no biológica del circuito, es un único circuito de la conciencia, es donde hay no solamente deliberación, pero es uno muy importante, hay discusión, conversación, entre diferentes personas, es la relación con el otro, lo que es fundamental para alcanzar el libre albedrío al que se aspira. Si los humanos fuésemos entes aislados, solitarios sin esta red simbólica externa que nos permite la posibilidad de deliberar, de meditar, de discutir, pues no podríamos alcanzar el grado de libertad que caracteriza a los humanos y que es la principal característica que nos hace diferentes del resto de los animales.
—¿Por qué el juego es un buen ejemplo de su tesis?
—Me parece fundamenta porque el juego se puede definir como la combinación de reglas, en muchos casos muy estrictas, y al mismo tiempo libertad. En una misma acción, en una misma actividad, se da la coexistencia de reglas fijas y precisas y el ejercicio de la libertad. Si no hay ejercicio de la libertad no hay juego, pero si no hay reglas tampoco. Tienen que existir la dos. Incluso en los juegos más elementales, esos que compartimos con otros animales. Cuando vemos a un cachorro jugando con otro, vemos que hay reglas precisas: no dañarse (...) Ese tipo de combinación de los cachorros sucede hasta en un partido de futbol.
—En “Antropología del cerebro”, su anterior libro, así como en el nuevo, aborda el término exocerebro, ¿puede abundar en él? ¿Cómo explicarlo en palabras llanas?
—De manera sencilla es que las redes neuronales, los circuitos que están en nuestro cerebro, una parte de ellos son incompletos y necesitan conectarse con circuitos exteriores de carácter simbólico, es decir, como están incompletos, hay operaciones cerebrales que no pueden completarse más que con prótesis externas y entonces se cierra el circuito debido a que hay esa carencia. En realidad eso que nos hace humanos que es la conciencia, tener exocerebro, viene de una incompletitud y no de una plenitud. El cerebro de un animal funciona plenamente sin necesidad redes simbólicas, nuestro cerebro no, ya que necesita de esa especie de cerebro externo que son las prótesis simbólicas.
—¿Entonces cabe la ecuación: a más prótesis culturales, mayor discernimiento?
—Creo que sí, esencialmente, aunque de vez en cuando las prótesis que intentamos nos salen mal o con efectos negativos. Pero en términos generales sí, a más prótesis más discernimiento, más razonamiento y por lo tanto más libertad.
—Y aunque no es un campo de su dominio, ¿en su perspectiva tiene algún valor la llamada inteligencia emocional?
—Sí cómo no. Creo que tenemos muchas formas de inteligencia, no es una sola la que define los test del IQ. Para ligarlo a algo que sí está en mi territorio, hay inteligencia artificial. Pero sin duda el campo de las emociones no es lo mismo que el campo de las razones, son dominios distintos, aunque están muy vinculados, porque las emociones apuntalan las razones, apuntalan la memoria, por ejemplo, la memoria interna tiende a fijarse porque se le liga a ciertos estados emocionales. Entonces el manejo de esos estados emocionales puede ser más o menos inteligente.
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