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El impresionante Desierto de Atacama

Gozamos cada minuto de nuestra estancia, tanto en el hotelito como en las excursiones que ya habían sido preparadas para nosotros

GUADALAJARA, JALISCO (23/JUL/2017).- Es muy impresionante cuando se está viajando, encontrarse con que en algunos lugares en donde parece no haber nada, existen cosas tan valiosas como las que más. Lo que imaginamos al escuchar la palabra “desierto”, es la imagen de un lugar desolado en donde no hay nada: Sol abrazador, arena y nada; quizás la figura de un famélico camello tras de un hombre sediento envuelto en ropajes extraños pudiera agregar un fugaz detalle romántico a la escena donde la nada es la constante. Nada es más falso que eso. Hay que acordarnos de la frase que dice que: “Si quieres ver lo invisible, tendrás que ver con detenimiento lo visible”.

En este caso, no fue mucho lo que tuvimos que detenernos para ver las bellezas que aparecían frente a nosotros a cada instante. Inmensas planicies saladas que se perdían en el horizonte. Cerros cortados de tajo que parecían sangrar; cual libros abiertos los capítulos de su historia en las polvorientas vetas, ocres, blancas, negras y cobrizas de sus paredes. Volcanes aún encendidos que desde sus alturas cubiertas de nieve suspiraban lava y vapor, como queriendo engalanar al impávido y rotundo cielo azul que sin necesidad de adornos los toleraba y hasta parecía agradecerlos. Lagunas intensamente saladas -decoradas con el rosa de los flamingos devorando milimétricos animalillos- luciendo impávidas los espectaculares amaneceres y atardeceres entre las impresionantes montañas andinas que los rodean. Estrechos valles, tan misteriosos como multicolores que hacen volar a la imaginación hasta las más vívidas imágenes de la ficción actual. Un empinado cerro de intenso color azul, se levanta entre las tierras rojas de los alrededores, tratando de opacar al otro verde de más atrás. Tierras extrañas, arrugadas y multicolores que por el dramatismo de sus formas nos hacen imaginar tanto cielos como infiernos, la pálida Luna o el lejanísimo Marte rojo y hacedor de fábulas, proyectos y locuras. Paisajes sorprendentes que -a querer y sin ganas- nos hacen dar gracias a la vida por haber tenido la suerte de estar en este increíble lugar en donde, si no se pone atención a los detalles que hay al alrededor, la nada será una constante y la ruina de nuestro viaje.

Efectivamente, en el desierto de Atacama no hay nada… Bueno, tan solo un enorme telescopio llamado ALMA capaz de ver más allá de las galaxias y de las nebulosas donde nacen las estrellas. La mina de cobre Chuquicamata, la más grande del mundo. Tan solo la fosa de extracción mide cuatro kilómetros de diámetro, y tiene un kilómetro y medio de profundidad. Los depósitos de cobre (Cu), el muy apreciado transmisor eléctrico de cuanto cable existe, han hecho que esta región sea el principal proveedor de este metal en el mundo entero. Su enorme salar de dos mil kilómetros, después del de Uyuni en Bolivia, es el más grande del mundo, y poseedor de los yacimientos más grandes de Litio, el preciado material indispensable para las baterías y para los actualísimos coches Tesla que están haciendo temblar a las compañías automovileras. Las características del mencionado Litio, lo hacen igualmente útil como medicamento para ciertas personas con trastornos de personalidad. El Boro (B) y el Potasio (K) que son de indiscutible utilidad para la energía de los músculos de nuestro cuerpo, son igualmente abundantes. La Bischofita, un importante recubrimiento para la consolidación de las carreteras de hoy en día, se encuentra en grandes cantidades en los salares de Atacama. Pero no, en el desierto de Atacama no hay nada.

En el pequeñísimo pueblo de San Pedro de Atacama, donde los primeros científicos se tuvieron que hospedar mientras investigaban el sitio ideal para colocar el telescopio milimétrico, tuvimos la suerte de llegar a un pequeñito hotel muy rústico llamado Awasi. Nada fue más acertado. Gozamos cada minuto de nuestra estancia, tanto en el hotelito como en las excursiones que ya habían sido preparadas para nosotros.

Dos cosas del pueblito no se nos deben de escapar. Una es la “Librería del Desierto” (aparece en internet), manejada por un par de encantadoras personas; ella es arqueóloga consumada y él es un escritor y editor literario muy reconocido. Su casa y librería, además de lo lejano que está el pueblo, tuvieron a bien colocarla unos cuantos kilómetros fuera del poblado: una verdadera belleza tanto en las construcciones como en sus personas. La otra es el “Museo del Aerolito” (igualmente en internet) donde se exhiben ejemplares, tanto de las cosas meteorológicas ahí sucedidas, como ejemplares físicos con los que vale la pena pasarse unas buenas horas estudiándolos y platicando con quienes están al cuidado de ellos.

No, pero en el desierto no hay nada.

pedrofernandezsomellera@prodigy.net.mx

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