¿El fin de la peje-fobia?
Andrés Manuel López Obrador se coloca al frente en todas las encuestas de cara a 2018
GUADALAJARA, JALISCO (19/FEB/2017).- López Obrador es un peligro para México. Un eslogan que marcó un antes y un después en la comunicación política de este país. Una campaña de ataque frontal contra el tabasqueño que, en conjunto con sus errores personales, descarrilaron lo que parecía su inminente victoria en la elección presidencial de 2006.
La propaganda, aderezada con imágenes de Hugo Chávez y Fidel Castro, aterró a las incipientes clases medias de este país. Recuerdo que algún familiar me dijo en aquellos días que me apurara a terminar mis estudios, porque lo único que no me podría quitar nunca el comunismo de López Obrador, era mi título de licenciatura. El miedo de los empresarios y las clases medias de México, detuvieron en seco a López Obrador que perdió por 0.56 por ciento.
Una década después, y con otra elección perdida, parece que López Obrador ya no transmite el miedo de antes. El miedo ha dado paso a la duda. Del temor a un escéptico interés. Las encuestas demuestran un cambio en la percepción sobre el tabasqueño. Por primera vez desde 2012, López Obrador tiene un saldo de opinión positiva en todas las encuestas.
Es decir, quienes tienen una opinión positiva del ex jefe de Gobierno del Distrito Federal, superan a quien tienen una imagen negativa. Un vuelco impensado hace apenas unos años. Y, como lo muestra El Financiero, comienza a ganar adeptos en círculos tradicionalmente escépticos: adultos de la tercera edad, las mujeres y hasta en sectores que se definen de derecha.
La pregunta que se nos viene a la cabeza es: ¿Qué pasó? ¿Por qué parece que el miedo a López Obrador empieza a matizarse en extendidos círculos? ¿Qué explica que haya podido recomponer su imagen en los últimos años? ¿Es un acierto de él mismo o es simplemente una prueba más de un sistema político colapsado?
Hay muchas explicaciones. Comienzo con la más obvia: López Obrador se ha moderado.
Si bien, el tabasqueño comenzó su oposición al sexenio de Enrique Peña Nieto, de forma tajante y hasta extremista, hoy en día opta por la vía de la conciliación. Un día declara que estará colaborando con Peña Nieto para fortalecer la postura de México en las negociaciones con Donald Trump y el otro declara que no piensa echar la basura todas las reformas del priista. Y hasta ha hablado de amnistías a posibles actos de corrupción de la administración saliente.
Incluso, en el programa que presentó el 20 de noviembre pasado, se aleja de las polémicas y se compromete a: cero deudas y bajar el costo de la gasolina. Ataja desde el programa uno de sus puntos débiles: ser visto como un populista, que pondría en tela de juicio la estabilidad económica del país. El discurso dice mucho. Menos “mafia del poder” y más hablar del país. Cada vez vemos menos ataques a los medios de comunicación hegemónicos. El tabasqueño se ha moderado y eso lo aceptan hasta sus más fervientes seguidores.
También, es innegable que López Obrador ha apostado por una estrategia de contener la tensión con los empresarios. A través de Alfonso Romo, su coordinador de Proyecto de Nación, el precandidato ha querido mandar un mensaje de prudencia económica y compromiso con la estabilidad de las finanzas públicas. Incluso, la incorporación de personajes como Esteban Moctezuma, secretario de Gobernación en los tiempos de Ernesto Zedillo y también presidente de la Fundación de Televisión Azteca, es un mensaje inequívoco que matiza su visión rupturista de la política, tanto con los empresarios como con los medios de comunicación. A éstos mismos, el tabasqueño los consideraba la “mafia del poder”, hace no mucho tiempo.
López Obrador se ha negado a construir alianzas multipartidistas, pero sí ha buscado incluir en su proyecto a personalidades que provienen de otros partidos, principalmente del PRD. Dentro del equipo cercano del tabasqueño, parten de la idea de que no tendrán la plena aceptación de las cúpulas empresariales, pero ya no tenerlos agresivamente en contra, les puede dar cierto margen de maniobra electoral.
El cambio demográfico es fundamental para explicar la reducción del miedo hacia la figura de López Obrador. En 2006, López Obrador no pudo aglutinar al votante de mayor edad urbano que vive fuera de la Ciudad de México. Casi siete de cada 10 apostaron por Felipe Calderón o por Roberto Madrazo. En las encuestas que se publican en 2017, nos percatamos de una mejora en la percepción de este segmento de edad, pero sobre todo una ventaja abrumadora entre los nuevos votantes, los millennials y 18 puntos de ventaja entre los universitarios. No es menor, desde 2012, el votante joven es cada vez más relevante y cada vez menos partidista y menos abstencionista.
En 2015, la participación de los jóvenes entre 18 y 29 años, pasó del 31.5% al 40.7%. Y es posible que, en 2018, la mitad de los electores registrados en estas edades, salgan a votar. Los jóvenes, si bien son un espejo de heterogeneidad, no tienen los mismos tabúes y tampoco los mismos miedos que los adultos mayores, que votan en clave conservadora.
Otro elemento a considerar es el cambio en las coordenadas políticas. A diferencia de 2006, cuando López Obrador enfrentó al esposo de quien seguramente será su rival directo en junio de 2018, hoy la dicotomía de la elección cambia.
Como sucede en Europa o en Norteamérica, las coordenadas serán lo establecido vs. Ruptura, y en esa ecuación López Obrador sale mejor parado. Las encuestas muestran una propensión del elector a descalificar el rumbo actual del país y mayor proclividad a apostar por cambios más profundos. Hoy, hay menos que cuidar. El estatus quo está totalmente ilegitimado. Seguramente, ni el PRI defenderá la gestión de Peña Nieto. La ruptura con lo establecido pasó de ser una opción minoritaria, a ser un reclamo social que se acerca a la mayoría.
En ese cuadrante, que conjuga ruptura con lo establecido y cercanía popular, López Obrador parte con dos goles de ventaja. La indignación puede contrarrestar el miedo; como lo hemos visto en otras latitudes.
En el mismo sentido, ha habido una revolución silenciosa de las identidades políticas en México. Los datos son para llamar la atención. En 2006, cuando López Obrador buscó la Presidencia por primera vez, siete de cada 10 mexicanos se definían como partidistas. Es decir, la mayoría de los mexicanos tenía alguna identificación con un partido político. Hoy, México ya no es así. Sólo 27% tiene alguna identificación partidista: el voto duro se ha desplomado en una década. La balanza se ha invertido: 70% de los mexicanos se declaran independientes y reniegan de cualquier afecto a colores partidistas.
La conclusión es simple: el elector independiente definirá al Presidente en 2018. No desaparecerán del todo, pero el voto clientelar y corporativo, tendrá menos peso. Los presidenciables deben seducir al independiente, que vota más por personas, proyectos y programas políticos, que por lealtad a los colores partidistas. Y, de acuerdo a El Financiero, López Obrador supera a Margarita Zavala por 16 puntos entre los votantes independientes y por 22 puntos al mejor colocado del PRI, a Miguel Osorio Chong. En 2012, ya vimos una tendencia del votante independiente a apostar por López Obrador para evitar el retorno del PRI, lo novedoso en el actual contexto es la atracción del votante no partidista en un escenario de disputa política con Acción Nacional. La despartidización del electorado mexicano parece ser una pieza más que juega a favor del tabasqueño.
Falta mucho para que los mexicanos salgamos a votar para elegir al próximo mandatario del país. Dieciséis meses que pueden cambiar todo. Sabemos que López Obrador es un especialista en dilapidar capital político y tirar a la basura cualquier ventaja por cómoda que parezca. Sin embargo, citando al clásico, los astros se le están alineando al líder del Movimiento de Regeneración Nacional. Incluso, su mayor adversario, el miedo, comienza a dar signos de debilitamiento.
El contexto nacional de indignación por el gasolinazo y la relación con Donald Trump, son coyunturas que le favorecen. Lo que necesita López Obrador es credibilidad, que el mexicano promedio identifique en su programa de Gobierno, un proyecto creíble de cara al futuro. El rival del tabasqueño no es ni el PRI de Peña y ni siquiera Margarita Zavala. El “Peje” debe contenerse a sí mismo, evitar los errores del pasado y tranquilizar a esas clases medias que no compran del todo su proyecto de transformación. El rival de López Obrador es él mismo.