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El encanto de los matices

Cameron logró mantener unido al Reino Unido a cambio de más autonomía a Escocia

GUADALAJARA, JALISCO (21/SEP/2014).- Una mano de póker, dos jugadores. El primero es el dueño de la empresa y el segundo su trabajador más valioso, pero no tan bien portado. Tras las copas de una noche de juego y adrenalina, el trabajador apuesta su salario a una mano y reta a su jefe a que acepte el desafío,  y en caso de perder le duplique el sueldo. El jefe, envalentonado y hasta insultado por el atrevimiento de su trabajador, le dice que ya está bien de apuestas pequeñas, doble o nada: si gana el trabajador se queda con una parte de la empresa para que la controle a su antojo, pero si pierde, todo para la casa y se congela su sueldo por un buen tiempo. Sin embargo, los miedos del patrón, y el buen blofeo del trabajador al manejar sus cartas, provocan que el primero decida subirle el sueldo sin ver las cartas, con tal de que el trabajador se quede fiel a la empresa. Al final, el trabajador perdió la mano, pero salió con un sueldo mayor ¿Cómo se llamó la obra? Sí, referéndum independentista en Escocia.

La tercera vía

Más allá de las analogías que siempre son formas simplificadas de explicar la realidad, una de las virtudes que hace de la democracia “el menos malo de los sistemas de Gobierno que conocemos”, como lo dijo Winston Churchill, es precisamente su capacidad para generar un juego de suma positiva. Es decir, en las apuestas, por su naturaleza, el ganador gana todo y el perdedor pierde todo. Ese desequilibrio en política no es sustentable. Un aspecto notable de la democracia es que todos los participantes tienen algo que ganar y algo que perder (diputados, senadores, gobiernos locales, etc…); unos ganan más que otros, pero al final ese juego de suma positiva permite construir un sistema donde no se resbala en la dicotomía del todo o nada.

El referéndum soberanista escocés es un ejemplo claro de esta virtud democrática: Alex Salmond, líder de los escoceses nacionalistas se paró en Westminster en 2013 con la intención de buscar más autonomía para Escocia en el marco del Reino Unido. Al obtener un “no” rotundo de David Cameron, primer ministro británico, comenzó el desafío soberanista de los nacionalistas escoceses que concluyó con la victoria de los unionistas por un margen de 10 puntos. Sin embargo, en el camino, particularmente en las tres últimas semanas cuando Cameron veía como los partidarios de la independencia se multiplicaban sobre todo en Glasgow, tuvo que “doblar las manos” y ofrecer a los escoceses una tercera vía: una Escocia dentro del marco británico, pero con más autonomía. No se miente si se afirma que una respuesta positiva de Cameron en aquel momento le hubiera ahorrado más de un susto.

Podemos decir que en el balance final, los escoceses no se dividieron en dos, sino en tres. Aquellos independentistas que no contemplan la posibilidad de mantenerse en el marco del Reino Unido y que ven la independencia como la única forma de realización nacional; los moderados que quieren más autonomía, pero que un Estado propio no significa un anhelo irrenunciable; y los unionistas que entienden a Escocia sólo en el marco del Reino Unido. La casa encuestadora digital YouGov en sus oficinas en Inglaterra, capturó esta división que al final resultó fundamental para que David Cameron no pasara a la historia como el primer ministro que dejó ir a los escoceses. La línea de tiempo electoral es clara: el “Sí” a la independencia cosechó más de 10 puntos en un mes, hasta que Cameron en su visita a Escocia prometió más poderes a las nacionalidades y ofreció un discurso más conciliador sobre la especificidad cultural de los escoceses. Un discurso que aglutinó con eficacia la parte cultural y la parte gubernamental, fue determinante para provocar que los votantes, sobre todo laboristas, dieran un giro hacia el unionismo. No podemos olvidar aquella frase: “Aquí no se discute si Escocia es una nación, lo es y no hay más debate”, dijo Cameron en un momento en que las encuestas le restaban puntos a los unionistas. De la misma forma, la aparición del último primer ministro laborista, el escocés Gordon Brown, también fue un mensaje de que la visión más estatista, bienestarista y social de los escoceses cabía dentro del marco del Reino Unido. Así, la aparición de Brown detuvo el movimiento de votantes laboristas que se pasaban numerosamente del “No” al “Sí” a la independencia.

A través de las urnas, el resultado final tendió a los matices. Los escoceses encuentran una promesa de transformación territorial del Estado Británico, que incluirá como ya lo ha dicho David Cameron a los galeses y a los norirlandeses. Esta transformación les permite a los escoceses sentirse más cómodos dentro del arreglo político interno. De la misma manera, Cameron que fue el que arriesgó más en esta mano, encuentra estabilidad política, ya que será muy complicado que exista un referéndum soberanista pactado para los próximos 20 ó 25 años a lo menos. En Quebec, donde también se han celebrado referéndums soberanistas, la distancia entre ellos fue de 15 años: 1980 (donde ganó el “No” a la independencia por poco menos de 20 puntos electorales) y en 1995 (donde el resultado fue de escasa diferencia, 51% “No” a la independencia frente a un 49% del “Sí”). Así, en Quebec han pasado dos décadas sin que exista un llamado a las urnas para preguntar sobre este tema en particular, incluso actualmente gobierna el Partido Liberal de Quebec rompiendo una hegemonía histórica de los nacionalistas. Los referéndums no sólo sirven para definir uno u otro tema, sino que también redimensionan el sistema político y de partidos.

El bolsillo, la clave

Sin embargo, en paralelo con el argumento de la “tercera vía”, otro factor fue clave para explicarnos el “No” a la independencia de los escoceses: lo incierto del horizonte económico. Si bien dentro del nacionalismo escocés existía la certeza discursiva de que el petróleo en el Mar del Norte y la producción güisquera serían motores económicos de inicio, los datos no eran tan claros. Seis de cada 10 barriles de petróleo proyectados como reservas británicas se encuentran en Escocia, sin embargo los costos de producción, la transición y la operación eran interrogantes. A nivel Reino Unido, la producción de petróleo del Mar del Norte ha caído severamente: 2.5 millones de barriles producidos diarios en los noventas contra un millón en la actualidad. Y aunque existen perspectivas de posibles yacimientos, a corto plazo el ajuste no sería sencillo.

La moneda fue otro elemento que sacudió a los mercados. El “No” a la independencia sirvió de catalizador de la City en Londres y revalorizó de golpe a la libra esterlina. Los bancos fueron grupos de presión a favor del “No” e incluso amenazaron con llevarse sus centros de operaciones u oficinas centrales a Londres en caso de que Escocia optara por la independencia. Así, aunque los nacionalistas consideraban que la libra esterlina podría ser su moneda nacional, en Inglaterra no se cansaron de decir que si se iban, era con todo lo que implica, entre ello dejar la monera británica. Y el callejón sin salida se estrechaba: en la Unión Europea, ante el temor por el complejo problema político catalán, España adelantó su posible veto a la entrada directa de Escocia a las instituciones de Bruselas-se necesita unanimidad de los miembros para admitir a un nuevo país en la UE-, por lo que a corto plazo tampoco sería sencillo que Escocia adoptara el euro como su moneda. Por lo tanto, la posibilidad de que Escocia recurriera a una moneda propia, sin anclaje internacional, provocó miedo en los mercados que veían la independencia como una pesadilla.

Al final, la democracia fue capaz de repartir beneficios y perjuicios a ambas partes, por lo menos en esta coyuntura. En Reino Unido se obtiene un periodo de estabilidad política frente a los distintos reinos que integran a la Gran Bretaña y la unión territorial de la isla; un mensaje claro del primer ministro Cameron de democracia y apertura; debilita a los nacionalistas como proyecto político y fortalece el vínculo entre los conservadores y el unionismo. Al mismo tiempo, Salmond anuncia su dimisión como primer ministro escocés y pronto se llamará a elecciones, por lo que la nueva forma del estado será el gran tema político. En Escocia, como ha ocurrido desde el siglo pasado cuando comenzaron las primeras cesiones de facultades de Londres a Edimburgo-que culminan con el establecimiento del parlamento en 1999-, gana autonomía y la transformación del actual modelo autonómico británico que resulta insuficiente para los escoceses; ganan un altavoz para las distintas peticiones políticas que habían sido invisibilizadas por Londres: recortes, seguridad social, estado de bienestar, educación pública, apoyo estatal a la industria escocesa. Los laboristas escoceses se asumen como los “salvadores” de la Unión, lo que podría revitalizar su poder político tras perder el Gobierno escocés en 2011.

Los problemas políticos en democracia se resuelven en las urnas. España veía con especial atención el proceso y no es descabellado decir que la negociación sobre la consulta soberanista concluya en los mismos términos. Westminster tuvo que prometer más autonomía para mantener al Reino Unido, así como dice su nombre: unido. Seguramente Mariano Rajoy tendrá que hacer un planteamiento similar a los catalanes para encontrar una tercera vía que desatasque un problema político que tiene su siguiente estación en la consulta del 9 de noviembre. La gran lección del proceso vivido en Reino Unido es que los votantes pensaron más en su bolsillo que en el color de su bandera o en el tono de su lengua. Cameron mantuvo unido al Reino Unido llegando más a la razón que al corazón de los escoceses. Una historia que quizá nos pudimos haber ahorrado si él hubiera hecho lo mismo hace más de un año.
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