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'El bello Guachinango de Jalisco'

De camino a Pánico, se encuentra este bonito pueblo lleno de tradiciones y antigua arquitectura

GUADALAJARA, JALISCO (09/FEB/2014).- En esta excursión se trataba de descubrir nuevos e interesantes lugares dignos de hacer un viaje para “descubrirlos”, investigarlos, y disfrutar sus peculiaridades cualquiera que estas fueran.

Pánico Jalisco, de inmediato nos llamó la atención; y nos dio pánico perder la oportunidad de conocer un pueblo que se llamara Pánico; y que además estuviera en Jalisco. En camino a su búsqueda tuvimos la suerte que se cruzara en la travesía el hermoso pueblo de Guachinango, que además estaba de fiestas, y… lógicamente hicimos una enriquecedora parada ahí para disfrutar del bochinche cultural.

Al sólo llegar no pude aguantar la tentación de comerme unas de las bolitas de dulce de guayaba que son clásicas del lugar, y comprar un hermoso sombrero de charro, auténtico campero de paja (por supuesto que nunca me puse como lo hacen los turistas malgustosos) que actualmente cuelga en la pared de mi estudio cual valiosa joya mexicana. Tentación irresistible fue también sentarme en una de las repintadas bancas de la plaza a tomar fotos de personas y gentes interesantes, disfrutando de la plática calmada y llena de historias de los parroquianos con quienes tuve la suerte de convivir.

Las historias y leyendas que ocurrieron en Pánico y en Guachinango, tanto en la época de la Conquista como durante la Revolución y la Cristiada llenarían un capítulo completo; sin embargo, debo confesar que en Pánico no hay nada: hay silencio, hay viento, hay barrancas y huizaches, pinos y un robledal en las montañas. Una iglesita amarilla muy sola con una cruz inclinada parece esperar a que alguien se acerque a platicar del cielo. Unas casitas con techos de teja, dan sombra a las mujeres que tallan la ropa en lavaderos y cocinan en fogones de leña. Las ruinas de una vieja mina que hace mucho la agotaron los problemas aún subsisten empolvadas y desvencijadas. Las viejas oficinas abandonadas se consuelan con mirar el paisaje desteñido de un calendario al que nunca le arrancaron las hojas. Sus paredes son corrales para un establo.

Ahí el tiempo se detuvo. Se detuvo a raíz de la Revolución, al igual que en Guachinango. Se detuvo con la puntilla que le puso la cristiada. Se detuvo con la ilusión engañosa de los sindicatos. Se detuvo… está detenido. Disfrútenlo así.

Guachinango (“lugar lleno de árboles” en náhuatl) está no muy lejos de Ameca, rumbo a Talpa y a Mascota. Es un pueblo muy bonito donde las fincas viejas y sus tejados han sido conservados y la gente vive a otro ritmo. En la tienda de la plaza central, Laura Estrella vende sombreros; algunos son de los típicos de antes, y otros como los de las de las novelas de la tele. La iglesia, despampanantemente blanca, luce orgullosa su extravagante recubrimiento de loza rota. Una austera cruz de cantera añosa y enlamada habla de historias ya pasadas. Los hombres viejos en la plaza cuentan historias mil veces platicadas entre el humo del sus cigarros. Los jóvenes, bota picuda y sombrero arriscado, alardean machismo entre las caguamas medio llenas. Viejos portales esmeradamente pintados de blanco y rojo, soportan al sol pesado que cae sobre los tejados.

Guachinango es un bonito pueblo lleno de tradiciones que conserva su arquitectura casi como estaba en tiempos de su fundación. Se respira paz, se respira bienestar. Bien merece una visita calmadita y platicada para pasar un día lleno sentimientos regionales, de cultura y de tradiciones pueblerinas que por fortuna todavía existen ahí bien guardadas, sin olvidar el valioso aval del apacible Pánico tan olvidado.
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