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Dulcinea veranea en El Toboso
El pueblo de la amada de Don Quijote sigue atado a la imaginación cervantina, pero cultiva el turismo y la agricultura, porque sólo de sueños no se vive
La Dulcinea real es ingeniera de procesos químicos en una empresa que se dedica a las prospecciones petrolíferas. Buscó empleo en España y en la pesquisa halló este trabajo inglés. Su nombre es único; lo que le ha sorprendido al decirlo es que tantos ingleses conozcan la obra magna de Cervantes, aunque ella tiene que deletrear, o resumir, su nombre: “Dulce, o Dulci”. Querría volver, pero Inglaterra ya la tiene atrapada. Y viene en Navidad, en carnaval, en verano. Dulcinea veranea en El Toboso. Ahora ya sabe que cuando nació este pueblo, por ejemplo, no tenía agua potable.
Así era. Hace 34 años, cuando se iban a celebrar las primeras elecciones municipales de la democracia, El Toboso se parecía todavía a aquel lugar ruinoso que describía Azorín; entonces la gente esperaba aún que viniera el agua y las mujeres iban con sus ropajes oscuros a la fuente común. Era un poblachón en el que dos o tres cosas recordaban a la principal heroína de ficción de la literatura.
Eso pasó a la historia. Ahora aquí casi todo se llama Dulcinea, de modo que resulta raro que la ciudad cervantina no se denomine ya Dulcinea del Toboso o El Toboso de Dulcinea. Dulcinea dice: “Es El Toboso. Así lo llamó Cervantes. El Toboso de Dulcinea, si acaso”. Se han multiplicado los albergues y los hoteles, y los restaurantes; funciona una biblioteca pública muy bien dotada, se ha incrementado una colección increíble (y este es el adjetivo adecuado) de ediciones del Quijote enviadas, desde los años veinte, por mandatarios españoles o extranjeros (de Hitler a Perón, de Thatcher al Rey, pasando por Franco o por Mitterrand), se ha restaurado la casa en la que se supone que vivió la inolvidable heroína, y hay agua, y luz, y fiesta. Ahora se diría que El Toboso representa la evolución, que estos pueblos, sobre los que posó su mirada exhausta el Azorín del 98, han vivido en la España que era el territorio polvoriento que recorrió Don Quijote. Hay, incluso, un Museo del Humor Gráfico, cuyo contenido regaló un humorista generoso y genial, Mena, “que pasaba por aquí y nos dejó este tesoro”.
“Con la Iglesia hemos dado, Sancho”
Lo primero que sorprende es que sobre la enorme iglesia (siglo XVI), rodeada de golondrinas, el reloj dé la hora exacta. “Con la Iglesia hemos dado, Sancho”. El Toboso es ahora un callejero del Quijote: por todas partes las inscripciones te van llevando por los capítulos en los que la desdeñosa princesa rompía el corazón del caballero. La Dulcinea real, la química, no vive aquí, pero la de ficción es tan presente ahora como lo fue en la mente desnortada del hidalgo. Pilar Harinero, la concejal de Cultura, señala a las golondrinas. “Vienen y se van, no hacen verano”. En 1979 el pueblo le pedía a la democracia agua y población. Ha tenido lo primero. Pero ahora viven aquí dos mil 100 personas, 700 menos que en 1979.
Hubo otros cambios, claro. Esta plaza a la que da el Ayuntamiento, y sobre la que se alzan la figura de Dulcinea y de Don Quijote, tiene asfalto y adoquines, y ahora los turistas tienen donde quedarse e “irse descansados”. Y no, no pesa Dulcinea, ni pesa Cervantes. Al contrario, dice Pilar, “le debemos mucho a Cervantes, que se quiso acordar de nosotros”. La leyenda lo sitúa enamorado de una mujer que se llamaba Ana Zarco; “venía huyendo o buscando”. Lo tiraron a la fuente, parece, lo apalearon. Y en la ficción Don Quijote la ve como una princesa y Sancho la ve de cualquier manera, “como una saladora de puercos”.
Aquí, hasta 1981, no había ni alcantarillado. Víctor Torrillas Esquinas, que ha trabajado para el Ayuntamiento casi desde entonces, habla del asfalto, de la piscina y del césped como contemporáneos de la Dulcinea de verdad. “Antes no había ni césped”. Tomás Rodríguez, que lleva orquestas y fiestas, viene por El Toboso para organizar el jolgorio. Esquinas cree que “El Toboso enamora”. El silencio es el que escuchó Don Quijote, el que cautivó a Antonio Machado, el que subyugó al Azorín cansado de 1905. Le pregunté a Víctor cómo se imagina él a la Dulcinea inventada, que según dice fue su vecina:
—Cara redondita, moño tipo magdalena, sayas largas, buenos melones. Y esperando a Don Quijote. Pero este mandaba a Sancho Panza, el pobre.
Él cree que sería una joven “de unos treinta años”, y no como esa de la escultura, “que parece una bruja”. De ficción no vive el hombre. Se sigue viviendo de la agricultura (cereales, vid); el alcalde, Marciano Ortega, cree que son engañosas las cifras del desempleo, “no hay tanto”. Aquí fabrican velas que compran los chinos. Y los albergues y los hoteles dan trabajo y acogida. Azorín decía que era un pueblo estupendo y Galdós lo vio único y destartalado.
El hermano de Marciano, Rufino, acaba de morir. Fue el primer alcalde de la democracia. Entonces se juramentó con los que vinieran a mantener la fisonomía del pueblo. “Y ahora es igual pero mejor; se mantuvo su fisonomía”, dice Marciano, que se presentó por el PP. “Y se ha hecho del nombre de Dulcinea una marca. La gente cree que somos un pueblo irreal, un lugar de ficción. A eso también jugamos”. Vienen ahora cervantistas a dilucidar quién fue Dulcinea. “¡Y es que Cervantes nombra 189 veces El Toboso en el Quijote! ¡Cómo no lo vamos a hacer valer!”.
Él lo tiene a gala: “Los dos pueblos más famosos de la historia son Belén en la Biblia y El Toboso en el Quijote”. Quien se lo discuta le tendrá que doblar el brazo.
Hace 34 años nació la Dulcinea real. Su padre, José Luis Ortiz, fue alcalde de 1987 a 1991, también del PP. En la democracia, dice, se cumplieron aquí normas estrictas y ahora es un lugar que seguramente hubiera enorgullecido a Cervantes. Natividad Martínez, profesora de lengua y literatura, fue alcaldesa socialista 12 años, y fue la maestra de Dulcinea. La de ficción “fue ideal de feminidad, pero esas mujeres no existen; Dulcinea es un icono vacío”. Su alumna “es una muchacha excepcional, una estudiante fantástica”. La única mujer del mundo que se llama como la enamorada imposible de Don Quijote.
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