Suplementos

Domingo de Ramos

Comenzamos la Semana Santa; la liturgia presenta ante nuestros ojos dos situaciones contrarias: la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y la Pasión y Muerte de Nuestro Señor

LA PALABRA DE DIOS

Primera lectura


Lectura del Libro de Isaías (50,4-17)

“El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes”.

Segunda lectura

Lectura de la Carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses (2,6-11):

“Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre”.

Evangelio

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo Según San Lucas (22,14–23,56):

“Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

GUADALAJARA, JALISCO (20/MAR/2016).- Jesús, montado en un borrico, entró triunfante en la ciudad de Jerusalén, la ciudad de David. Entró y la conquistó. Se estremeció toda la ciudad santa. “¡Hossana el hijo de David!”, eran los clamores ante su presencia. Ni los fariseos, ni los doctores de la ley, ni los sacerdotes del templo pudieron, aunque quisieron, apagar el entusiasmo del pueblo ni su clamor unánime. Las multitudes no podían dejar en silencio la admiración, el entusiasmo y la gratitud. Estalló ese Domingo; ese domingo fue más santo, más bello, más alegre que las otras fiestas del pueblo allí apiñado y de la propia ciudad. ¡Él, Jesús, era el que habría de venir! ¡No había que esperar a otro! Muchos siglos de espera habían transcurrido y al fin era el momento. Jesús, el hijo de David era recibido con palmas, con ramas de árboles; la gente tiraba sus mantos al paso del manso jumento en que el Rey llegaba a tomar posesión de su ciudad. El reino de Israel había llegado.

La cristiandad, la Iglesia, canta en la solemne liturgia de este Domingo de Ramos. Ahora no una muchedumbre, sino muchas muchedumbres, cada parroquia cada comunidad, entonan con alegría himnos y cánticos al Rey Pacífico. Viene a todos y cada uno con la majestad de rey, la eternidad de Dios, la bondad del redentor, la mansedumbre del cordero que quita los pecados del mundo, la humildad de la víctima; viene como vino, con amor y por amor, viene a darse como cuando amó, se anonadó, se entregó”. Todo en Cristo no es tiempo, es eternidad. No una página de recuerdos en el polvo de la historia  —aunque sea historia tierna, conmovedora—. Sino realidad palpitante ahora en el libro de la vida de todos y cada uno. Cristo está adentro, muy dentro, en la vida de la iglesia. Las palabras “Jesús es el Cristo” y sus hechos son la vida. El pueblo cristiano canta jubiloso, y no es sólo un recuerdo, sino la presencia viva de Cristo.

Ahora, como entonces, viene a dar la vida. “Quiero que tengan vida y la tengan en abundancia”. Vino y viene para entregar  su vida, a morir para que todos vivan. “Si el grano de trigo no cae en tierra, queda infecundo, y si cae y muere dará mucho fruto”. Sabe que es gloria pasajera, fugaz la alegría de los rostros al recibirlo con ramos y palmas; sabe bien lo tornadizo y voluble del sentir y querer de las multitudes. Apenas habrán pasado cinco días y esas mismas bocas gritaran llenas de odio ¡crucifícale, crucifícale!. Más ¿Por qué lo sabe? Porque la voluntad de su padre y su propio anhelo es entregarse al sacrificio cual mansa oveja, sin abrir la boca, sin quejarse. Ha venido y viene, a darse día tras día. La celebración eucarística de cada día y desde luego la de hoy, es memorial de la pasión, de la muerte y de la resurrección de Cristo.

En cada misa Cristo sacrificado, y ahora glorioso, se entrega. Miles de creyentes lo reciben, lo hacen suyo en la sagrada comunión. Él da todo, se da todo. Pero también pide: viene en medio de esta marea humana, de este siglo tan globalizado de explosión demográfica, soledad e individualismo, y busca en cada uno la puerta de su corazón. Toca y espera que cada uno le abra las puertas de su corazón. Quiere que cada uno lo conozca, que se le acerque, que lo trate, que lo ame. San Pablo en su Carta a los Filipenses abre las compuertas de sus sentimientos íntimos y salta de alegría de haber encontrado a Cristo hasta exclamar que todo lo de antes para el es basura. Da, se da, pide hoy, si escuchas su voz, no quieras endurecer su corazón. Es tiempo de gracia, es una invitación a la vida.

José Rosario Ramírez M.

Entrada triunfal: ¿A dónde?

Comenzamos la Semana Santa, (la semana mayor), la liturgia presenta ante nuestros ojos dos situaciones contrarias; Por un lado la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, que da nombre a la solemnidad de hoy, “Domingo de Ramos”; por el otro, la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Lo hace para recordarnos que el triunfo de Jesús no es un triunfo según los criterios humanos. Al contrario, se trata del ingreso triunfal que precede a lo que, según esos criterios, es una completa derrota.

Los dos textos que cada año enmarcan la lectura dramatizada de la Pasión nos ayudan también a descubrir el sentido de los acontecimientos que vamos a contemplar. Por más que muchos de los discípulos que acompañaban a Jesús a Jerusalén, si no todos, esperaban otro desenlace de esa entrada, lo que sucedió después estaba anticipado por los textos proféticos.

¿Cómo decir al abatido una palabra de aliento, si no es participando realmente de ese abatimiento? Si Jesús hubiera triunfado humanamente, se hubiera convertido en un líder más de esos que prometen el paraíso en la Tierra a los pobres y marginados, a los enfermos y a los que sufren, pero que no conocen en primera persona esas situaciones, sino que, en nombre de su importante misión, viven alejados de ellas y, de paso, se dan buena vida… No, Jesús es un Rey y Mesías que toma sobre sí el abatimiento y el sufrimiento humano, y se hace compañero de camino de todos los que sufren (y ¿quién no sufre de un modo u otro?), para hacerles sentir la ayuda de Dios, para hacerles saber que no quedarán defraudados. Cada uno debe hacer suyo este camino lleno de sugerencias y matices.

Cuando experimentamos el amor del Padre en nuestra vida y decidimos reflejar el rostro de Cristo es cuando comienza la verdadera tentación, al hablar con los vecinos, amigos, compañeros de trabajo: de los forasteros, los presos, los pobres, los parados, los sujetos de las obras de misericordia. Muchos de sus criterios o de nuestros comentarios y acciones, no coinciden con los que tiene Dios acerca de la vida. Debemos aferrarnos a la mirada amorosa del Padre y caminar muchas veces a contracorriente, ayudando a nuestros hermanos, sobre todo a los últimos, a dar un pleno y total sentido a la vida. Que esta Semana Santa continuemos caminando con libertad, poniendo atención de ver nuevos horizontes, descubriéndonos personalmente, conociendo nuevas sendas y encontrándonos con personas que están con nosotros todos los días pero que a veces no nos damos cuenta de ellas.
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