Suplementos

Días de transporte urbano

Estas son postales de personajes y situaciones a las que seis pesos dan acceso

GUADALAJARA, JALISCO (19/MAY/2013).- Ruta 629-1. Una señora viaja con tres niños en el minibús. El más pequeño de brazos y el más grande no debe tener más de 10 años. Todos van apeñuscados en un asiento doble. La mamá advierte: “Si te portas bien, te llevo en la tarde a Chapultepec”.

El hijo más grande de inmediato responde: “¿Y yo para qué quiero ir a ver a esos que ni saben andar en patineta y se la pasan cayéndose?”

Tres hombres viajan en la parte trasera del 629-2. Van sentados y conversando. Su plática llama la atención de los que los rodean porque es en un dialecto extraño. Los tres son bajitos, morenos y cabezones. Es posible que sean oaxaqueños.

A medias del camión va un tipo que se ha subido con un cuadro bastante grande. Es, al parecer, un óleo de un personaje que de no ser Luis Donaldo Colosio, se le parece muchísimo.

Los tres parecen hablar del cuadro, pues lo señalan y suben el tono de su plática hasta casi convertirla en discusión.

De pronto, uno de ellos se levanta y se dirige hasta donde está el tipo con el cuadro y le pregunta, en voz alta como para que escuchen todos los que van en el camión: “¿verdad que el que está dibujado en esta pintura que llevas es un cantante de la banda Limón?”.

El tipo, al que la pregunta le ha tomado por sorpresa y que seguramente es el autor de la obra, porque responde con una fulminante cara de indignado, dice que no: que es Colosio.

Cuando el que se había parado a preguntar regresa a sentarse donde los otros dos, vuelven a convertir la charla al dialecto que seguramente es muy divertido, porque no paran de reír. En medio de la risa, el que preguntó suelta la segunda única frase en español que se les escuchó en el camión: “perdieron, ustedes solos van a pelar la fruta toda la semana”. Y sigue riendo, con esa desfachatez que le permite enseñar toda la dentadura mientras lo hace.

Una señora pide la parada, sobre la calle, al 39-A. El chofer conduce por la Avenida México como si en realidad estuviera sobre el autódromo Hermanos Rodríguez. Cuando parecía que no se pararía a la petición de la señora, lo hace, con ganas de que la pasajera suba rápido para volver a pisar el acelerador hasta el fondo, no vaya a ser que las calabazas que cree traer arriba, se le vayan a acedar.

Pero no son calabazas, sino pasajeros a los que les faltan manos para agarrarse de donde se pueda y santos para bajar del cielo.

La señora hace malabares para no caerse y pagar, mientras le pregunta al chofer si pasa por Galería del Calzado. El conductor le responde que sí con la cabeza, en automático. Tan sólo un par de minutos después, Galería del Calzado pasa por un lado de la ventanilla derecha del camión, como un borrón difuso y lejano.

Un buen pasajero, que no metiche, le grita a la señora que ya pasó el destino por el que había preguntado. La señora se levanta, asustada, y va hasta donde el chofer, que la mira extrañado, mientras ella le reclama. Ya que casi está abajo y mientras cierra la puerta, el chofer le grita: “¡pues tome taxi, o pídale a su viejo que la lleve cargando!”.

Y vuelve a hundir el acelerador al hasta el fondo.

Vallarta, frente al Parque de la Revolución. El trolebús, de los pocos que ya hay, se para y abre las puertas, como invitando a los que están parados, esperando, para que suban.

Dos o tres de los 20 o 30 que hay ahí, suben. Un tipo duda y se acerca para inquirir al conductor: “¿Se va derecho?” El conductor, un hombre mayor, de bigote cano, no pierde la compostura y le responde que sí, hasta Los Arcos.

El pasajero despistado, que viste de traje, desde que sube va con su teléfono en la mano: ya escribe, ya habla, vuelve a escribir y vuelve a hablar, sentado en los primeros asientos.

El conductor lo observa de vez en cuando, mientras con parsimonia hace su trabajo, sin duda el más sereno y poco demandante de entre todos los del transporte urbano en la zona metropolitana.

El tipo del traje negro y el celular, se levanta de su asiento y mientras abandona la llamada en la que estaba, pregunta, al tiempo que el trolebús llega a Arcos, si de verdad ya no sigue derecho.

El chofer, ya un poco exasperado, le dice que no y le abre la puerta para que se baje. Mientras avanza, moviendo la cabeza, dice: “muy bien vestidito y muy con su teléfono, pero no es capaz de levantar la cabezota para ver por dónde van los cables, capaz y hasta cree que se subió a un minibús”.
Síguenos en

Temas

Sigue navegando