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Diario de verano
Todo puede suceder durante una tormenta. Los taxis ''desaparecen'' de las calles y las charlas son sobre la ''mega rueda de la fortuna''
Son más de las nueve de la noche. Sobre la Avenida Chapultepec, que está inundada debido a la lluvia que ha caído al menos en las últimas dos horas, flotan varios objetos. No hojas secas caídas de los árboles. Ni siquiera ramas. Se trata de basura: vasos de plástico, vasos de cartón que sirvieron para el café y ya no sirven, envolturas de plástico, bolsas… los barquitos de papel de antaño mutaron en envoltorios de colores y transparentes que van luego a parar a la coladera más cercana y servirán como tapón para hacer difícil que fluya el agua por donde tiene que fluir.
Hay que caminar hasta López Cotilla en busca de un taxi que tarda en pasar, porque cuando llueve fuerte, la mayoría de los taxistas corren a sus casas. Lo dice el taxista mientras maneja, con extrema precaución, sobre Avenida La Paz: “Hay pocos taxis durante la lluvia porque casi todos preferimos irnos a nuestras casas, eso hacemos, es preferible, porque el riesgo de manejar en esta ciudad con la lluvia es muy alto”.
Y luego viene un sinfín de historias sobre amigos, conocidos o desconocidos a los que les ha sucedido de todo durante las lluvias.
Antes de partir habiendo dejado al pasajero en su destino, aquel taxista lo detiene sólo para decirle algo que parecería muy delicado y trascendente, no sólo por el sigilo con el que lo cuenta, sino por la cara que pone, en medio de la penumbra: “¿Ya vio la ruedota de la fortuna que están armando acá afuera de la Gran Plaza?”.
2. La ruedota que pondrá de cabeza a los tapatíos
Ruta 629-2. Diez de la mañana. Dos mujeres van sentadas en los asientos de hasta atrás, mientras platican animadamente. Por su vestuario parecen secretarias de alguna oficina. Una de ellas va dando los últimos toques de maquillaje a su cara, mientras la otra revisa sus uñas, que bien podrían aplicar para ser consideradas una auténtica instalación artística. Sólo les faltan lucecitas que centelleen. Y una beca del FONCA.
De pronto, como si el flashazo le hubiera venido de los cielos y del pensamiento del Señor, la que se maquilla brinca mientras materialmente le escupe a la otra en la cara: “¡Ya me quiero subir a la ruedota de la fortuna!”. Y durante las siguientes cuadras la plática se vuelve emocionante —a juzgar sobre todo por el brillo en sus ojos y el tono de sus agudas vocecitas de merolico en feria— pues ambas comienzan a platicarse sus experiencias en ruedas de la fortuna, en sus pueblos.
Una de ellas, la de las uñas normales, platica de cuando un chico en Ameca le declaró su amor, cuando estaban en la parte más alta de la rueda de la fortuna mientras sonaba “Electricidad” cantada por Lucerito.
A mitad de la plática, la de las uñotas marca un número en su celular. Les llama a sus sobrinos para prometerles que si se portan bien, el fin de semana los va a llevar a una rueda de la fortuna —“la más grande del mundo”, les dice— para que vean toda la ciudad. Luego ambas se dan cuenta que ya tenían que haber timbrado, pues el camión está llegando a la esquina. Y en su afán porque el camión no las haga caminar una cuadra más le gritan al chofer que las baje ya, que quieren bajarse ya, en ese momento mismo.
El chofer, que extrañamente manejaba sin prisa, voltea por el espejo a verlas, medio extrañado de los aspavientos, y les grita que él no es adivino, que quien quiere bajar debe tocar el timbre y que él no lo ha escuchado. El camión ya paró y ellas bajan enfadas y al bajar tocan el timbre, nomás por joder, mientras seguramente no traerán en la cabeza ninguna otra cosa que la imagen de una rueda de la fortuna dando
vueltas y vueltas.
3. Para no repetir la misma escena
Últimamente casi todos los días, por toda la ciudad, sucede la misma escena: un tipo corre por la banqueta y le arrebata a alguien un teléfono celular. Quien es despojado regularmente no atina a reaccionar, sino cuando ya es demasiado tarde: el ladrón, con el aparato en la mano, corre unos metros hasta donde lo espera su cómplice en motocicleta y ambos huyen perdiéndose entre el tránsito. Alguien a quien le han aplicado ya el método en un par de ocasiones y por la misma zona, reflexiona que la mejor manera de evitarlo es, primero, no sacar el aparato en la vía pública, salvo urgencia. Y, segundo, activar la alerta a la vista de cualquier motociclista, máxime si circula sospechosamente a baja velocidad o, peor, espera en una esquina con el motor encendido.
Benditos tiempos.
david.izazaga@gmail.com
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