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Diario de un espectador
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Un muro blanco, visto por los dos lados. Desde un ángulo, un martillo comienza a fracturar la superficie; desde el otro, la tersa pared comienza a agrietarse, hasta que, al son de los golpes sordos y constantes, aparece el vacío. Más de cine en video. El hombre de al lado es una intrigante película argentina dirigida por Mariano Cohn y Gastón Duprat. Uno de los personajes principales es una casa: la que Le Corbusier proyectara para el doctor Curutchet en La Plata, Argentina, en 1949. Allí sucede casi toda la acción, y la sofisticada y a la vez un poco ingenua arquitectura del maestro suizo-francés sirve para establecer el clima y la pregunta de fondo de la película: ¿Quién es, al final, el hombre de al lado, o sea cualquier hombre? ¿Quién es el otro? Los escenográficos recorridos por las rampas corbusianas tienen definitivas reminiscencias a esa otra gran película sobre la arquitectura: Mon oncle, de Jacques Tati.
Esos movimientos peripatéticos se alternan con bien logradas tomas fijas, con sobrios efectos que ayudan a ilustrar la historia del buen burgués –aunque con pretensiones artísticas–, su pequeño mundo acomodado y en fatal disolución, y la intrusión, física y espiritual de una realidad diferente, amenazante y vital encarnada por Víctor, el vecino. No hay salidas inocentes, la vida exige al final a tomar partido, la supuesta pureza lleva implícita su culpabilidad y su caída: son algunas de las nociones que parecen estar detrás de la cinta, mientras la voz grave, atemorizante y festiva del hombre de al lado se sigue oyendo.
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Daniel Guzmán presenta una exposición en el Museo de Arte de Zapopan que se llama Materia oscura. De las muchas maneras de verse, puede haber dos que esta muestra propone a quien la considera: una, la que en su mera presencia se manifiesta; otra la que se deja entender con al acompañamiento del libro producido para su presentación anterior en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca. La pura experiencia directa enfrenta al espectador, entre otras cosas, con una serie larga de manufacturas de fierro, puertas, rejas y canceles –ready-mades, objets trouvés–, dispuesta según un orden cuidadoso y desconocido; con un par de estructuras metálicas, unas como delicadas jaulas, una con listones y otra con piedras; con un doble muro que nace en el patio principal atraviesa un pasillo y lleva a otro patio y de regreso: sus alternados ladrillos negros y rojos forman una culebra que se repite y se refleja a sí misma.
Materia oscura es una indagación en los orígenes –Oaxaca–, en la ausencia, la muerte y el duelo, en la materia y su transformación: un DNA de longaniza, unos ladrillos que conducen la luz, una reflexión sobre una lámina: “Freud dice que los únicos hombres felices son aquellos cuyos sueños de infancia se realizan. El peligro es caminar a través de la vida sin ver nada”. Daniel Guzmán propone, a través de estos trabajos, ver muchas cosas. Una frase de Bob Dylan encierra, quizá, la clave: “El que no está ocupado en nacer está ocupado en morir”.
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De la batea de las postales. Una de Daniel Guzmán. Un agujero en un muro de ladrillos: detrás está todo. Puede ser, como aquí, que se trate de una vista larga sobre el desierto rojizo puntuado de yerbas, de la sombra de dos piedras, de la línea distante de una colina que se alarga sobre el horizonte. Lo esencial es la rotura, la apertura que deja pasar al mundo, la grieta que se insinúa, se ensancha y da paso a la luz. Dos voluntades que se contraponen y completan: la del ladrillo como límite y soporte, como respuesta del hombre ante la intemperie y la indiferenciación; y la de la apertura y la vastedad, la del indiferente y poderoso flujo del tiempo que al final lo abolirá todo.
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Viendo pájaros en el campus. Florece la flor de la costumbre en el jardín del conocimiento, y son ya varios profesores los que ahora dedican sus ratos libres a sorprender a los pájaros en sus diarios quehaceres, en sus resplandecientes ocios. Puede ser que en la cotidiana visión de los alados habitantes de las frondas se encuentren certezas cuya naturaleza escapa a los dictados del libro, la pantalla y el aula. Van los profesores buscando con paciencia el momento justo, la presencia esperada. El pájaro titubea, da un giro, finalmente descansa en una rama. Saben quizá entonces, los profesores, que una orilla fulgurante de otra realidad, más alta, se aproxima, se entreabre, incandesce, y siempre escapa. Se dice haber visto, alguna tarde, a un raro pájaro de modesta eslora posarse en el hombro de hierro del santo que inmóvil avanza solo y a pie.
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Rimbaud, a fragmentos, piezas sueltas de una precisa y alucinada relojería:
Me acostumbré a la alucinación simple: veía muy claramente una mezquita en el lugar de una fábrica, una escuela de tambores hecha por los ángeles, carruajes por los caminos del cielo, un salón en el fondo de un lago; los monstruos, los misterios;
Amé el desierto, los vergeles calcinados, las tiendas ajadas, las bebidas tibias.
En fin, oh felicidad, oh razón, aparté del cielo el azur, hecho del negro, y viví, filamento de oro de la luz naturaleza. De gusto, adoptaba una expresión festiva y en lo posible extraviada:
Ella ha sido encontrada! Qué? la eternidad.
Es el mar imbricado con el Sol.
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