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Diario de un espectador
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Clocks es una de las mejores canciones de Coldplay. En el taller, el tiempo acumuló varios relojes que hace mucho marcaron las horas que fueron. Sus cataduras son diversas, distintas las gentes que con ellos rigieron rutinas y desvelos. Marcan las horas, exactas, dos veces por jornada. Uno, lorquiano y necio, marca las cinco en punto de la tarde.
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Niños, hacia 1910. Fotografía de grupo con disfraces. Una niña hay vestida de gitana: su cara se transmutará misteriosamente a través de la sangre y las décadas y ahora niños nuevos tanto se le parecen. Nada se sabía entonces del agua que estaba al filo de caer. (A hard rain’s a-gonna fall, diría Dylan). Sus miradas interrogan aún a quien las recibe, su augusta seriedad confunde ante el evidente ánimo festivo de las fastuosas fachas que les fueron preparadas. Nadie de aquí vive ya: quedan sin embargo el ánimo y la infinita gracia de sus caras atentas al disparo.
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Iluminando, pasar los días a la luz del Sur del ventanal que el maestro Díaz Morales dispuso. En este mismo cuarto, muchos años atrás, los colores persisten. Va el plano poco a poco adquiriendo su calidad eficaz, su sabia contundencia: a cambio de la pierna que sana, el ojo y la mano vuelan como entonces. Iluminan las manos, la música sigue, las risas y la amistad duran, jubilosas.
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Del taller, en México. Los años van formando arrecifes y litorales que delimitan la geografía de un intento. El río de camiones y coches discurre contra el bosque. Arde el instante.
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Una de las canciones más saludablemente infecciosas del rock de todos los tiempos suena una y otra vez anunciando algo. Just like heaven: La Cura cura, dice el mantra, y Robert Smith ataca: como diría Pulp, this is hardcore: Enséñame, enséñame, enséñame/ cómo haces ese truco/ el que me hace gritar, dijo ella/ el que me hace reír, dijo ella/ y trenzó sus brazos alrededor de mi cuello/ enséñame y prometo/ te prometo que me iré contigo… (Show me show me show me how you do that trick...).
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Borges, categórico, esperanzador: “Nada hunde a nadie”.
García Márquez en Bioy/Borges. Una maravillosa relación que un amigo de Borges y de Bioy Casares hace sobre el colombiano: “Según Pezzoni, pasó épocas de pobreza, en las que decía a sus chicos que no se afligieran, que un día llegaría un señor con una valija de dinero. Cuando se vendió tanto Cien años de soledad, la Sudamericana le previno de que le pagarían una suma considerable. García Márquez le dijo que bueno, pero que no le mandaran un cheque, que un señor llevara el dinero en efectivo, en una valija. Llegó el señor y García Márquez abrió la valija delante de sus hijos”.
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Ella se va quemando a diario: mirarla desde aquí como surca el día con la gracia que la levanta y la protege y la hace invencible. Cómo los años han vuelto su belleza de leyenda más honda y más filosa. Sigue la inexorable combustión y por mientras añade un misterio que no había, asoma como sin querer su calavera, el gesto irremediable de la muerte que vendrá. Pero no todavía. Ahora sonríe y pasma a quien la vio y bien la recuerda.
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Jorge Esquinca manda una generosa y justa traducción de Ripples, la canción de Genesis citada aquí en la entrega anterior:
Ondas
Las muchachas tristes vienen en todos los tamaños,
unas son listas y otras no lo son,
tienen lindos ojos azules.
Por una hora un hombre puede cambiar.
Por una hora la cara de ella luce extraña,
extraña, extraña.
Andando a la tierra prometida,
donde la miel fluye y te toma de la mano,
te hace caer de rodillas.
Mientras estás así un estanque aparece.
El rostro en el agua mira hacia arriba
y ella sacude su cabeza como si dijera
esta es la última vez que te verás como hoy.
Navega lejos, muy lejos,
las ondas nunca regresan.
Están ya en la otra orilla.
Navega lejos, muy lejos.
El rostro que lanzó a navegar mil barcos
se hunde rápido y esto, lo sabes, sucede.
El agua está debajo.
No parece haber pasado mucho tiempo.
Ella era más hermosa que cualquier otra.
Los ángeles nunca saben que ya es tiempo
de cerrar el libro y retirarse con gracia
-la canción ha encontrado una historia.
Pero, qué charca tan celosa es ella.
El rostro en el agua mira hacia arriba
y ella sacude su cabeza como si dijera
que todas las muchachas tristes se han ido.
Navega lejos, muy lejos.
Las ondas nunca regresan.
Están ya en la otra orilla.
Mira en el estanque,
las ondas nunca regresan, nunca.
Baja hasta el fondo y sube a la superficie
para que veas a dónde se han ido:
se han ido a la otra orilla.
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