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Diario de un espectador

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GUADALAJARA, JALISCO (05/MAR/2011).-  Atmosféricas. Con marzo llegan los calores, aún livianos. El jardín titubea en su trayecto hacia el lejano temporal de aguas, la sequía amaga con enjutar las frondas. El jardín toma aliento, como un corredor que mide cuidadosamente el curso que lo separa de la meta distante y encara la parte más empinada del recorrido. Los pájaros asiduos navegan el aire, confiados en la embarcación que los conduce a través de las estaciones. Y cantan.

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Swinburne. Una cita apuntada en un cuaderno, notas de una plática con un maestro memorioso, cuatro versos reencontrados al azar de los años. Dice Walter Scott en sus memorias que el poeta los recitaba mientras caminaban al borde del mar, y el sonido de las olas, al fondo, era como una ovación: De la pena nunca estamos seguros/ y la dicha nunca fue cierta/ este día morirá mañana/ el tiempo no atiende de nadie el llamado. (Pero ya sin la música espléndida del original: We are not sure of sorrow/ and joy was never sure;/ To-day will die to-morrow;/ time stoops to no man’s lure.)

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Viaducto río la Piedad. Por donde una vez corrió el río ahora sólo cruza el humo, y la prisa se estanca en largas filas de coches impacientes. Un cajón de cemento conduce todavía, por el centro de la calzada, las aguas encerradas y venenosas. Día llegará sin duda en el que el caudal recupere su limpidez, su trazo y su amplitud, en el que el concreto y la gasolina hayan levantado su yugo sobre la ciudad. Por ahora, desde un anuncio en el que aparecen dos espléndidas muchachas ligeras, un letrero resume la situación: Parte de vida. El viaducto es un surco enconado a lo largo de la gran ciudad asombrosa. Una a una, van desfilando las cinco casas que hace cuatro o cinco decenios un arquitecto optimista levantó, tan distintas y reconocibles ahora como entonces: parte de vida.  

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En el aeropuerto de México hay una curiosa exposición del pintor Antonio Luquin. Consiste en varias decenas de cuadros del tamaño de la portada de un disco de acetato, reproduciendo, una a una, las portadas de otros tantos discos hechos por los integrantes de la banda después de su separación. Ejercicio de homenaje y recuento de trayectorias que nunca reencontraron el fulgor insuperado de cuando estos cuatro músicos eran algo portentoso que se llamó The Beatles. La mejor portada, del mejor disco, todo en grises: All things must pass, de George Harrison.  

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Del egregio Alfonso Reyes aparece, entre las páginas de una vieja antología, un poema nunca leído, o largamente olvidado. Un soneto de aparente sencillez, de transparente misterio, evocación de las cosas bruscas y mexicanas, llamado, desde el desencanto y la distancia, a una pasajera estrella de los rumbos. Se llamaba Lailye:

Lailye: ¿Cuándo vuelves a México y me buscas,
ya sea en Cuernavaca, ya sea en Tepoztlán?
Juntos recordaríamos aquellas cosas bruscas
del asno, el indio, el loro, la araña, el alacrán…

A ti, que te sorprendes –aunque jamás te ofuscas–
con nuestros usos y nuestra agua y nuestro pan,
¿qué te parecería si vuelves y me buscas,
ya sea en Cuernavaca, ya sea en Tepoztlán?

¿Te acuerdas? Era entonces tu ser surco en amagos,
flor en capullo, germen de amores y pasiones.
Y ahora que te abriste al triunfo y los halagos;

¡Oh suma de los pueblos, compendio de naciones!,
dime: ¿a qué te sabría volver por estos pagos,
estrella de los rumbos y de las tentaciones?

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En las páginas del libro que Federico de la Torre y Rebeca García escribieron sobre Ambrosio Ulloa, el célebre ingeniero fundador de la Escuela Libre de Ingenieros de Guadalajara (1901-1925), aparece la noticia de la demolición de la Casa Verde de Chapala  -construida por Ulloa para sí mismo- perpetrada hace pocos años (¿2007?). Recuento y reconocimiento de una pérdida: la casa que desde principios de siglo pasado duraba atrás del mercado, en la pura esquina; que daba noticia de una época y su estilo. Tres casas hechas en Chapala para ellos mismos de otros tantos arquitectos insignes de Jalisco: Mi Pullman, de Guillermo de Alba, la de Luis Barragán frente a la presidencia municipal, la de Ulloa ahora desaparecida. Increíble que tal atentado al patrimonio común se haya permitido. No lejos de la panadería de la India, la Casa Verde, siempre cerrada en la memoria, algo decía de esencial que ahora se ha esfumado.  

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Es un buen ejercicio el recorrer las salas del Hospicio Cabañas en donde se exponen las arquitecturas de Norman Foster y después salir a cualquiera de los patios del viejo y benemérito edificio. Y reconocer, en la elemental y poderosa arquitectura de la antigua Casa de Misericordia, la misma briosa cepa edilicia que en los mejores proyectos del arquitecto inglés se encuentra. En otra exposición, la dedicada al arte abstracto, pueden verse algunos cuadros muy notables. Dos de Fernando García Ponce; dos, asombrosos, de Chucho Reyes Ferreira. Pero la presencia de la obra de Orozco en la capilla es arrolladora. Visitarla después de cualquier recorrido, pictórico o de otra índole, pone las cosas en justa proporción. La abstracción por ejemplo, que logra el pintor de Zapotlán en la parte baja del muro en donde describe la torre de una iglesia (¿San Felipe?) con la ciudad a sus pies, es insuperable. (Y recuerda a Gerzso...) Así, como al paso resuelta, la esencia de la ciudad se destila, se resume, se fija en la memoria.
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