Suplementos
Derivas
La nueva obra de Robert Redford muestra que se puede hacer buen cine con los recursos indispensables
Sin embargo, la simplicidad es un engaño. La economía de elementos resguarda un elaboradísimo trabajo de composición narrativa al igual que de manufactura cinematográfica. Cada ademán, cada faena fue calculada, medida en su dimensión de espectáculo artístico, y de valor emocional y humano.
Si bien, nada más hay un actor, y la película es la visión particular de un director-guionista, todos los demás departamentos creativos configuran un regimiento: 17 productores, 35 personas dedicadas a la decoración, 5 al vestuario, 15 a la fotografía, 26 al sonido, 51 a los efectos especiales, y así hasta rebasar las doscientas.
Como en el legendario relato de Hemingway ''El viejo y el mar'', o en la más reciente ''Una aventura extraordinaria'' (2012), el protagonista enfrenta en la inmensidad del mar a la fuerza impasible de la Naturaleza.
Su esfuerzo adquiere la relevancia de una gran hazaña, una batalla primordial hecha de ingenuidad y perseverancia. Por supuesto que, incluso en materia de zozobras, hay clases sociales. No es lo mismo ser un pobre pescador cubano, o un náufrago hindú, que Robert Redford en una goleta estadounidense.
Tiene a su favor herramientas, provisiones, y suficiente carisma masculino, que le permiten sortear el peligro con serenidad y actitud racional la mayor parte del tiempo.
En honor a la estatura del protagonista el argumento le siembra los problemas gradualmente. Primero un contenedor chino a la deriva, después falta de electricidad y desperfectos en todos los aparatos electrónicos, de remate unas cuantas tormentas.
Como el personaje se mantiene callado, los sonidos ambientales adquieren protagonismo. En distintos momentos los rumores, los crujidos, y los chapoteos se tornan fuente de inquietud y suspenso. Ese aspecto acústico subraya la realidad física de lo que se ve y transporta al espectador a la misma experiencia que vive el infortunado navegante.
La música en cambio aparece muy poco, y de modo discreto, a excepción de un pasaje donde la melodía, interpretada por una voz humana, da a entender la convulsión interior, algo entre sensación de impotencia y miedo, por la que pasa Redford.
Los créditos finales informan, con un dejo de simpatía, que tres veleros auténticos se sacrificaron en las aguas del Océano Pacífico en pos del arte de hacer existir al de la pantalla. El texto termina así: “Interpretaron bellamente la embarcación de nuestro hombre. Descansen en paz”.
Síguenos en