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Con la suerte a la mano
En estas fechas en el Centro Histórico de Guadalajara se puede encontrar de todo, hasta la buena o mala fortuna que cantan las gitanas que pasean por los andadores
Antes de leerme la palma me pide una moneda para su hijo que está a un lado de ella, el niño está distraído, ve el cristal de un local donde venden artículos varios, yo intento darle la moneda al pequeño,- es de cinco pesos-, y apenas él extiende el brazo cuando ella irrumpe para quitarme el dinero.
Sin decírmelo, ambos sabemos que el pago por adelantado augura que me pueda adivinar mi futuro. “Gypsy” —así he decidido llamarla—, hace una oración sobre mi mano, habla tan rápido que no alcanzo a entenderle, sólo escucho con claridad que menciona a Dios, me persigna la palma y vuelve a comenzar: “Tú estás triste, siempre has vivido así, no es que te haya ido mal en la vida, pero la gente que está contigo ocasiona tu tristeza”.
“Gypsy” tiene las manos ásperas, las uñas tienen el asomo de la suciedad; es espigada, porta una blusa sin mangas con estampado animal print que asemeja la piel de un leopardo, no rebasa el metro 60 de estatura y lleva un faldón amplio y largo de mezclilla en tono azul que le cubre por completo los pies. Su hijo continúa admirando los objetos del aparador que se asoman tras el cristal que los resguarda y ella prosigue: “Hay envidias en tu trabajo, te va bien, pero siempre hay gente a la que eso le molesta. Tienes dos amigos muy cercanos que te tienen mucha envidia; tú seguido te enfermas del estómago, te dan dolores, eso te lo ocasionan ellos que quieren verte mal, quieren que te vaya mal en todo”.
La cuestiono: “¿Quiénes son?”. Ella responde serena y con un tono de voz que apenas le entiendo: “Tú ya sabrás quiénes son”.
Son las 12:15 horas y aunque nos ocultamos del Sol, el calor se combina con el aire decembrino, una mezcla extraña que me inquieta, además de las miradas que se nos clavan; los transeúntes que recorren el Andador Colón, en el Centro Histórico tapatío, nos miran.
Y mientras “Gypsy” me pide que empuñe mi mano y haga una pregunta con voz fuerte, yo hago una pausa para recordar que cuando era niño y viajaba a Cofradía —un pueblito de Tlajomulco— a visitar a mi abuela, solía ver llegar caravanas de gitanos que cargaban un cine ambulante —una tela grande y ancha de color blanco en la que proyectaban películas mexicanas de “Lola, la trailera”, “Hermelinda linda” y de los hermanos Almada—.
Mi abuela me decía que no me quedara mucho tiempo en la calle, pues ellos —los gitanos—, a los que ella les decía “húngaros”, se robaban a los niños. Entonces, cada vez que veía a una de estas mujeres con faldones largos y blusas amarradas al estómago me espantaba; sin embargo, acudía a la función estelar a ver estas cintas que hacían que todos reventaran de risa.
Le pregunto a “Gypsy” si encontraré el verdadero amor —quise hacer una pregunta común que cualquier ser humano haría en una circunstancia de lectura callejera de mano—. Y ella me dice sin tartamudear: “Sí lo vas a encontrar, no ha llegado porque estos dos amigos que te tienen envidia han hecho que eso se tarde, pero cuando llegue debes cuidar tu intimidad”. Yo me sonrojo y ella remata: “Además tendrás una larga vida”.
“Yo sé que traes mucho dinero”
No sé si “Gypsy” me dijo la verdad o sólo lo que yo quería escuchar, pero en su papel de gitana, asumí que tengo que darle el derecho de la duda. Además, eso de las envidias y los amores, son temas recurrentes en las lecturas de tarot, café, cartas, mano, hojas de té, runas y un largo etcétera.
Hasta entonces —la verdad—, el juego parecía divertido, pero luego “Gypsy” me confronta diciendo que en mi mochila cargo mucho dinero.
Le respondo que no, que no es verdad y ella me increpa de nuevo: “Sí, yo sé que es verdad, no me mientas, yo sé que traes mucho dinero, lo vas a usar para pagar algo que te urge, que tú sabes que necesitas, ¿cuánto traes?”.
Decido seguir el juego y titubeante le respondo: “Bueno, sí… traigo 500 pesos”. “Sácalos”, me dice. “No, no los voy a sacar, por mi seguridad no lo voy a hacer”. Parece que “Gypsy” se desespera y me revira explicando que necesita —de buena onda que es—hacerme una oración de la buena suerte con ese dinero para que me vaya bien.
“Bueno, ¿cuánto traes en la bolsa del pantalón?”. Reviso y son 15 pesos. Me indica que los ponga en la palma de mi mano, que la empuñe y que sople con fuerza. Sigo cada una de las indicaciones y extiendo mi palma. “Gypsy” hace de nuevo la oración en la que menciona a Dios y me quita el dinero: “No te afecta que te los quite, es para la buena suerte, para que te vaya bien, para que estés limpio”. Y mientras yo pienso: “¿Qué habría pasado si hubiera sacado el imaginario billete de 500 pesos?”.
“Soy una ciudadana”
Luego de nuestra breve interacción —unos 10 minutos—, le digo a”Gypsy” que tengo varios días viendo a sus compañeras por las calles del Centro Histórico —entre Morelos, San Mónica, Juárez, Hidalgo y 16 de Septiembre—. Ella me da la razón, dice que en estos días andan por aquí, porque “soy ciudadana, soy una ciudadana, por aquí vivo”.
Le pregunto si es porque se aproximan la Navidad y el Año Nuevo y puede “leerle” la suerte a más gente. “Gypsy” se incomoda y me vuelve a decir que ella es una ciudadana.
Mientras tanto, detrás de mí, llegan otras dos mujeres con el mismo estilo de “Gypsy”. Una es alta y robusta, con un adorno en el cabello; la otra trae una falda boleada en tono verde; parece que han visto que he insistido en hablar con “Gypsy” luego de la lectura callejera de mano que ella me ofreció. Sin embargo, la mujer de estampado de leopardo ha decidido darle punto final a la conversación, simplemente se aleja de mí y se va en compañía de sus amigas.
Yo sigo mi camino al trabajo y reflexiono sobre mi primer encuentro con el mundo esotérico.
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