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Como Mosca en parabrisas
Previamente. Por una demanda judicial exhumaron el cadáver de la viuda de Lafitte. En el ataúd sólo había palos, piedras y una chamarra militar, la que le habían robado a Mike, hijo de la viuda y quien junto a su amigo Manuel desvelaron un fraude: el rostro detrás de varias muertes y millonarios cobros a seguros es el del judicial Francisco Sahagún
—Jefe, le tengo una muy mala. Su amigo Mike está muerto.
—¿Quién?
—Mike Lafitte; fue un accidente de moto. Murió instantáneamente. Lo siento.
—Gracias Beto.
Poco a poco a lo largo de las siguientes 24 horas Manuel se fue enterando de los detalles. También se enteró que un día después del accidente nadie había reclamado el cadáver. Torpemente el Procurador había corrido la versión de que aprovecharían la muerte de Mike para hacer efectivas las órdenes de aprensión que nunca habían ejecutado tras casi un año del escándalo de la Viuda Negra. A Mike lo velaron dos días después del accidente sus alumnos y sus amigos. Manuel llevaba ya dos días llorándolo sin lágrimas, velándolo sin velas, rezándole sin orar.
Desde la llamada de Beto, el jueves por la mañana, Manolo no había comido ni dormido. El sábado por la tarde pasó por la escuela de cine donde estaban velando a su amigo pero no aguantó más de diez minutos. Se salió a caminar por la ciudad sin rumbo alguno. Cuando se dio cuenta eran casi las once de la noche y estaba relativamente cerca de casa de Eduardo. Compró una botella de bourbon en memoria de Mike y se enfiló al único lugar donde sabía que sería bien recibido a esa hora.
—Buena hora para llegar.
—Perdón, te desperté de la siesta.
—Deja de joder y pásate, que con esa cara de muerto vas a asustar al vecindario.
—Gracias, te traje un whisky.
—Supongo que es mi regalo para que te lo tomes tú ¿hielo?
—Por favor.
Mike se recostó en el rincón de los cojines y cerró los ojos. El ruido de los hielos en el vaso lo despertaron tres minutos después, pero a él le pareció que había dormido una eternidad. Despertó lúcido, incluso animado.
—Salud, por tu amigo Mike. Cuéntame, ¿qué pasó?
—Se embarró como mosca, en la moto contra un camión.
Eduardo guardó silencio esperando que Manuel dijera algo más. Cinco minutos y dos cigarros después le quedó claro que el relato había terminado.
—Y tú te sientes fatal, ¿no es cierto?
—¿Y cómo quieres que me sienta?
—Yo no quiero que te sientas de ninguna manera.
—Fui una bestia. Nunca fui capaz de ayudarlo.
—Tampoco te lo pidió, ¿o sí?
—Peor, nunca publiqué la verdadera historia. En cuanto pasó el escándalo me olvidé del tema.
Se hizo otro largo silencio aderezado con whisky y cigarro. Manuel parecía ido, concentrado en alguna parte de su interior, quizá su esófago, su estómago, su hígado, imposible decirlo. Eduardo lo observaba con absoluta paciencia. Finalmente como si el tiempo no hubiera pasado continuó la conversación.
—Y qué es un periódico sino una colección de olvidos.
—¿Perdón?, dijo Manuel sorprendido, parte por la abrupta interrupción del silencio, parte por la bruta aseveración de Eduardo.
—Ustedes los periodistas creen que lo más importante de un diario es lo que escriben, las letritas negras, cuando el realidad lo importante es el espacio en blanco.
—No me vas a salir con el lugar común de que los periódicos vivimos de lo que no publicamos y que siempre dejamos fuera lo importante.
—¿De verdad me crees tan imbécil?
—No, pero ¿de verdad crees lo que acabas de decir?
—Claro. Todo aquello que no publicas dice tanto como lo que publicas. Tú como editor decides qué cosas merecen letra negra, grande o chiquita, pero tinta al fin, y de igual manera decides qué es lo que no merece ser mencionado, todo aquello que, consciente o inconscientemente envías cada noche al cajón del olvido.
—Yo lo único que decido, y de manera por demás arbitraria, es con qué llenar. Si lo quieres poner bonito decido qué, de entre toda la porquería que tengo disponible, es más importante para una comunidad imaginaria de lectores. La historia me importa un bledo.
—No te agüites, no te estoy acusando de nada. Simplemente digo que tan importante es en un periódico lo que viene en negro como lo que queda en blanco; lo que se dice como lo que no se dice; lo que es noticia como lo que no es noticia. La historia está hecha de los retazos de memoria que le arrancamos al olvido; de esos olvidos que hemos decidido mejor no olvidar.
—Te digo que al periodismo le importa un bledo la historia y sus retazos. Yo escribo para mañana, el pasado y el futuro no existen en el periódico.
—Tienes razón, el periodismo no tiene memoria, lo que tiene es vanidad. El periodista cree que todo vuelve a nacer cada día. Y en cierto sentido así es. Su trabajo es hacernos creer que cada día es importante y que en cualquier momento se puede caer el mundo, aunque, como es evidente, nuca se caiga.
—¿Sabes lo que es tener que enfrentarte cada día con 50, 60 o 70 pliegos blancos que hay que llenar de notas, como si el mundo tuviera coherencia? El día se te viene encima como un tráiler embistiendo un insecto y tú tienes que asomarte al interior, narrar lo que pasa dentro y escapar del choque.
—Me gusta la metáfora. Pero acéptalo Manolo, el periódico es el invento vuestro de cada día, pero sobre todo es una gran colección de olvidos. O si quieres velo de otra manera, decidir qué es lo noticiable, lo memorable, es el primer filtro del olvido. Vele el lado positivo, el olvido es una maravillosa cualidad de los humanos para no suicidarnos todos los días y tú en eso contribuyes a la preservación de la especie.
—¿Y qué tiene esto que ver con Mike?
—Nada. Con Mike, nada. Tiene que ver contigo, que tienes cargo de conciencia por no haber seguido investigando el asunto de la Viuda Negra y develar la trama de corrupción que había detrás. Te quejaste y mentaste madres contra la policía corrupta, pero tú y tu reportero hicieron lo mismo: mandar el asunto al espacio en blanco, al inmenso mundo de lo no dicho.
—Al limbo de las notas sin publicar, dijo Manuel y el recuerdo de aquella idea de una mañana solitaria en la redacción lo hizo sonreír por primera vez desde que le avisaron que Mike había muerto.
Así, sonriendo y en silencio Manolo terminó con la botella de whisky y la cajetilla de cigarros. La conversación había terminado y el bourbon también. Eduardo se retiró y lo dejó tendido en el suelo, más borracho que dormido. Cuando Manuel sintió la primera punzada era de madrugada, lo supo porque había comenzado a clarear. La segunda no vino sola, estuvo acompañada de una sucesión de arcadas y sangre, mucha sangre que le salía por la boca; un vómito que surgía a borbotones y un dolor profundo que apenas lo dejaba respirar. Poco a poco se iba yendo, perdiendo la conciencia, sabía que le dolía pero no sabía ni qué ni cuánto; no tenía claro si se estaba durmiendo o muriendo; no podía abrir los ojos. Flotaba; volaba. La luz blanca que inició como un punto en el horizonte comenzó a acercarse a toda velocidad hasta convertirse en un muro de luz. “Ese es mi parabrisas”, pensó, y se dejó ir.
FIN
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