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Caminando en los alrededores del Everest

Una aventura entre hermosos paisajes naturales y gente cercana a pesar del idioma

GUADALAJARA, JALISCO (13/OCT/2012).- En el artículo del domingo pasado, nos quedamos haciendo preparaciones y cargando los yaks con las mochilas y los cachivaches que creíamos necesitar en la montaña; todavía con el susto del aterrizaje en el aeropuerto de Lukla que, arropado entre los montes Himalayas de Nepal, está considerado como uno de los más peligrosos del mundo (sino el que más). Su corta pista comienza al borde de un abismo, y que con una inclinación ascendente termina a unos pocos metros de un cerro que impide a los pilotos hacer cualquier maniobra de emergencia.

El apurado aterrizaje pareciera haber sido la introducción a las aventuras que viviríamos excursionando por las veredas, que recorren faldas y precipicios de las montañas más altas -y bellas- del planeta.

El pueblo de Lukla, ya lo comentábamos, es el punto de encuentro de alpinistas, guías, sherpas, yaks y turistas. Decenas de tienditas de “cositas que olvidé traer” (guantes, lentes, bufandas etc.) atiborran la calle que conduce a la montaña. Los pequeños y rústicos lodges que proporcionan comida y hospedaje a la sui géneris mezcolanza de personajes de múltiples nacionalidades, añaden un cierto calor hogareño al disparatado lugar. Las vistosas y sonoras campanas que adornan a los yaks, además de darle un tono musical al alboroto, le agregan un saborcillo regional. Asombroso espectáculo (del que hay mucho que aprender) es observar a los fuertes y menudos sherpas -de todas edades y sexos- preparando las insólitas cargas que ¡siempre alegres! cada uno llevará -por varios días cuesta arriba- sobre sus espaldas. Es enriquecedor encontrarse con ellos por las veredas, tratarlos como amigos y compañeros de camino, y compartir (cada quien en su idioma) la contagiosa alegría de vivir que emana de ellos con tanta naturalidad.

La foto, que comparto con ustedes, creo que dice más que lo que pudiera teclearse en la máquina. Esta niña, con su poca edad y mucha carga, en un traspié tiró la canasta de huevos que con todo cuidado había colocado entre su voluminosa carga. Como caminaba delante de mí, al darme cuenta del accidente acudí en su ayuda, tratándola de consolar en mi propio idioma. Para reforzar mis palabras, puse en su bolsa una cantidad de rupias que superaba con mucho el valor de los huevos rotos. La carita de agradecimiento la pude captar con la cámara; no así las oraciones que dedicaba a mi persona. Creo que ambos dimos gracias a la vida por este momento inolvidable, y… con un cariñoso “namasté” cada quien siguió su camino con su propia carga.  

La voz del guía, poniéndonos de nuevo en la realidad, daba marcha adelante a la excursión. Los yaks cargados con enormes bultos se abrían paso entre la gente sin pedir permiso; con su poderosa marcha y acostumbrados al frío y a las alturas, la  temperatura moderada del lugar les hacía resollar gordo y sacar la lengua a cada paso. Los sherpas, como si fueran caracoles, empequeñecidos bajo su voluminosa carga, emprendían la marcha ayudados con un mecapal en la frente y un particular bastón de madera, a veces usado como tal, y otras para apoyar su carga y descansar un poco, recuperar la respiración, echar una risotada y… ¡seguir subiendo!. Los excursionistas seguíamos la fila, cargando nuestras mochilas con tan sólo los artículos personales y disfrutando del paisaje.

Unas tres horas de caminata al lado de las heladas aguas del río Dudh Koshi, nos colocaron en el pequeño poblado de Phakding, en donde acampamos entre Stupas (monumentos religiosos) y Manis (piedras de oración grabadas) que parecían hacer una sutil indicación de que estábamos llegando a un mundo diferente, con filosofía diferente y pensamientos distintos a los nuestros, que teníamos que valorar y respetar. (Ojalá los fanáticos religiosos lo entendieran así).

Al día siguiente, con otra bellísima caminata entre paisajes adornados con rododendros (azaleas típicas de los Himalayas) y la vista de la cascada de Toktok , tranquilamente llegamos a la entrada al Parque Nacional de Sagarmatha en donde, alertas a los radicales maoistas, fuimos debidamente cuestionados por las fuerzas armadas nepalíes, para luego seguir caminando hasta el encantador Namche-Bazar, con sus casas que parecen colgar de la montaña.

Se me acabó el espacio. Si me permiten, luego seguiremos caminando cuesta arriba. ¿Sale?
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