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Belenes, 25 años atrás
¿Qué había por Parres Arias? Sólo una agencia de autos y de ahí en fuera puro campo. Nada de lo que ven ahora: ni el auditorio Telmex
Por eso, cuando el camión ruta 275 (en cualquiera de sus versiones de sub ramas: Diagonal, “A”, “B”, “C”, “D” o “F”) pasaba por ahí y llevaba básicamente estudiantes (de la prepa 7 o de Belenes), algunos de ellos, desde la condición de impunidad que les otorgaba ir arriba, a velocidad y en bola, comenzaron a gritarles al pasar: ¡Huevooooneeees!
Aquella práctica llegó a perfeccionarse de tal forma que, a la manera que hoy todo el estadio grita en coro cuando despeja el portero, la sincronía de aquel tumultuoso grito parecía, al pasar el camión por la glorieta, uno solo: ¡Huevoneeeeees! En ocasiones el chofer del camión, tan divertido como los pasajeros, volvía a dar la vuelta a la glorieta, sólo para que aquel grito se escuchara de nuevo. Y observar cómo alguno de aquellos “desquehacerados” se paraba, indignado, a proferir alguna maledicencia, a mentar madres, a maldecir. Otros ni se inmutaban.
En esa glorieta, pues, había que bajarse del camión y emprender una larga caminata hacia Belenes, si es que no había uno logrado abordar el 275 F, única ruta que tomaba Parres Arias y después el Periférico (que contaba con sólo dos carriles llenos de baches), ruta que tardaba al menos una hora en pasar, no como el Diagonal, que pasaba y pasaba y pasaba. La organización del transporte en Guadalajara, o “movilidad”, como les encanta llamarla ahora, ha estado jodida siempre.
¿Qué había por Parres Arias? Sólo una agencia de autos y de ahí en fuera puro campo: maizales, maleza. Nada de lo que ven ahora: ni el Telmex, ni todo lo que hay por ahí hoy. A las siete y media de la mañana aquello era un paisaje con neblina. Más o menos a la altura de donde está hoy el Foro Alterno había que tomar un atajo para cortar camino y llegar a Belenes (lo que hoy es la Prepa 10), por la parte de atrás.
Las clases en Belenes o, como lo llamaban eufemísticamente: Desarrollo de la Comunidad, estaban compuestas por tres bloques. El primero era Teoría, en donde básicamente le recetaban marxismo tapatío al alumnado, mediante unos manuales que eran copias en mimeógrafo, engrapadas, con letra arial de seis puntos en bold y a renglón seguido y que se vendían como si se tratara de incunables. El segundo, Técnicas de estudio, una clase que se convertía en modelo de lo que no se debía hacer… pero se hacía. Empezando porque los grupos eran como de noventa alumnos, muchos de los cuales tenían que permanecer o parados o en el suelo, pues no alcanzaban las bancas. El tercer bloque era escoger entre practicar un deporte o meterte a un taller de arte.
A los grupos que les tocaba hacer deporte primero y luego irse a meter al aula a escuchar la cantaleta de: “las empresas privadas lucran”, también les tocaba sufrir el que medio salón llegara sudado y enterregado. El olor a zorrillo se disfrazaba con el tierno tufo que se colaba por las celosías: el de la basura recién recogida de los hogares tapatíos, pues a escasos metros estaba (y creo que sigue estando) un basurero al que también eufemísticamente llamaban “planta de transferencia”.
Si había la necesidad de sacar una copia, comprar una pluma o una carpeta (porque a los maestros marxistas formadores de principios idem no les importaba que el trabajo estuviese bien hecho, sino que estuviera en carpetita), la única opción en kilómetros a la redonda era una combi vieja que se encontraba en la entrada, estacionada permanentemente y que atendía un bigotón que también era maestro.
Hoy que las cosas son tan distintas, más que nostalgia por aquellos días le dan a uno ganas de haber sido estudiante en esta época. A ver qué cuentan, dentro de 25 años, los que andan por ahí ahora.
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