Suplementos
Aprender de ellos
Jenni y la boda real
Curiosa coincidencia, molesta asociación; en la noche de ese mismo día aparecían en la televisión las imágenes que trasmitían la fastuosa e ilimitada “boda real”. En un inevitable acto de asociación mental, recordé lo que unas horas antes pedía Jenni, sólo una cama para no dormir en el suelo. Traté de desprenderme mentalmente de la molesta asociación, ideas que en muchas ocasiones las cubre una indeseable capa de moralina. No pude eludir el que supuse inevitable tema. Por un lado, la tragedia que significa el fatal e inexplicable hermanamiento entre pobreza y discapacidad; por el otro, la dichosa y también inexplicable coincidencia entre abundancia y exaltación. Corona de espinas que significa llanto y desolación, corona de joyas preciosas que ratifican status de realeza. De dónde proviene esta misteriosa y abrumadora realidad que inclina la vida de los seres humanos hacia la fatalidad o hacia la riqueza, el inextricable destino de todos nosotros. Vidas que se desarrollan bajo el signo de la pena y la humillación, vidas cuyo destino, desde siempre, lo define una especie de aura sagrada, una cierta forma de inmunidad ante la desesperanza y el desconsuelo. De dos ratificaciones no me libré, por una parte que la promesa de seguir a Dios no necesariamente implica atender al más desprotegido, y por la otra, que la fastuosa ceremonia de la boda real de alguna forma comprueba que la esclavitud, en diferentes formas y versiones, está aún latente.
Se dice, y es un acierto, que el comparar nos permite aprender, como la excepción confirma la regla, en este caso la comparación me provocó más que aprendizaje una incómoda confusión. Finalmente pude librarme del espinoso y complicado tema, estaba seguro que podría llevarme a interpretaciones inútiles, aventuradas e inseguras. Lo logré cuando entendí que la melancolía que produce estos estados mentales está frecuentemente encubierta con un cierto matiz de resentimiento, lo cual de suyo resulta peligroso para la salud mental.
Mejoró el episodio cuando en los siguientes días supe que algunas personas –tres para ser exactos– le habían regalado cama a Jenni, una de ellas, por cierto, con su nombre en la cabecera. Por lo pronto dentro de esa incontable masa desposeída que forma el colectivo de la discapacidad, una niña de tan sólo ocho años y sus tres hermanos que también manifiestan discapacidad, ya podrán, todos, dejar de dormir en el suelo. El tema del espacio no creo que sea obstáculo, ese lo resuelve el ingenio que nace de la necesidad, amén de los amenes.
Síguenos en