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Aprender de ellos
...y tanto que la quiero
Después de estudios de resonancias y electroencefalogramas, los especialistas llegaron a la conclusión de que la niña nació con un pequeño tumor incrustado en tal parte del cerebro que afecta algunas de sus capacidades físicas e intelectuales. No es operable y tampoco se sabe si crecerá o permanecerá como está. La única recomendación es empezar ahora mismo con terapias de rehabilitación para ver hasta donde alcanza a reaccionar la pequeña hija de Jesús.
Cuando Manuel se enteró del diagnóstico, con pálido y desconsolado semblante, sólo atinó a decir: “pobre de mi hijo ¡y tanto que la quiere!”. Fue entonces cuando confirmé, por propia experiencia, que en esos dolorosos momentos se experimenta un inexplicable desgarramiento profundo; de pronto asaltan las dudas y las angustias, se llena nuestro estado de ánimo de densas tinieblas, como si súbitamente la vida quedara rota en pedazos, incluso hasta la misma fe en Dios se enturbia y se vuelve ilegible. El anhelado sueño de la llegada de un hijo convertido en terrible pesadilla. Sólo el paso del tiempo envuelto en el amor más profundo, nos dará a entender que la necesidad obliga a que surja lo indispensable. La noticia conduce a una curiosa sensación de irrealidad, aparece una especie de sentimiento de orfandad y de fría soledad, algo así como un peso en el corazón que asfixia.
¿Qué recomendaciones son adecuadas ofrecer en estos casos? Sólo aquellas que ya hemos vivido: primero que nada actuar y no contemplar, sabiendo que frecuentemente las desgracias nos conducen a estados de mayor lucidez, que no está vedada la posibilidad de vislumbrar un futuro armonioso, confiando en que las personas con discapacidad hacen prodigios que desafían a la razón. Hay que tomar el reto como un apostolado al que se dediquen entrega, comprensión, entusiasmo, en fin, todos sus afanes; empeñarse en ser una familia como todas, que sueñan, trabajan y tienen esperanzas. Todo esto asegurando que el amor nunca se ausente, conduciendo su vida apoyados en el lenguaje del corazón, para convertir el cuidado de su hija en una oda al amor filial. Con esto, Jesús podrá seguir diciendo por siempre… ¡y tanto que la quiero! Amén de los amenes.
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