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Aprender de ellos

Habitando una encrucijada

GUADALAJARA, JALISCO (11/JUN/2010).-  Tuve la afortunada ocasión de charlar con dos hombres inteligentes y comprometidos con su quehacer: Jorge Verea y Diego Petersen. Entre otros temas y aunque en forma breve, por razones más que obvias, abordé el tema de la discapacidad. Les di a conocer algunas experiencias propias que me ha tocado vivir con Martita, mi hija, una chica que nació con discapacidad intelectual; experiencias que se traducen en actitudes sociales de indiferencia, en el mejor de los casos, de franca discriminación en el peor de ellos.

Así como el tema de la discapacidad, existen muchos otros colectivos minoritarios en situación de vulnerabilidad que padecen un doloroso aislamiento social, que sin duda se trata de un fenómeno de indiferencia decadente convertida ahora mismo en un peligro social.

El tema fue recogido con franco interés por parte del medio, tanto así que se propuso investigar el caso planteándolo a la opinión pública, quizá para en su momento hacer “periodismo filantrópico” si es válida la expresión. Con la ilusión que provoca el saber lo que logra la varita mágica de la inteligencia, abundo sobre el tema a partir de algunas breves reflexiones.

Por lo pronto considero que se trata de un asunto digno de mayor empeño, que antes que nada requiere de un profundo cambio cultural. Para tal efecto iniciemos reconociendo que la indiferencia al desprotegido es debilidad disfrazada de egoísmo. En consecuencia, mientras no señalemos estos fenómenos le estaremos abriendo la puerta a la discriminación sin sustento ni consideración. El mundo de la discapacidad, y el de otros muchos colectivos en desgracia, ocupa estrechos y reducidos espacios, lo cual es una expresión consustancial al ejercicio de la segregación. Por una explicable, aunque no justificada actitud de comodidad -espero no alebrestar susceptibilidades-, hemos venido manejando una solidaridad arbitraria y acomodaticia que como obvio resultado nos arma de viejas excusas para justificar la indiferencia.
Es frecuente desvirtuar el concepto de solidaridad confundiéndolo con el protagonismo.
Evidentemente que por sus propósitos y fines el protagonismo y la filantropía son ámbitos muy distintos, cuya interrelación resulta compleja y contradictoria. De aquí que sin proponérnoslo hemos creado una cultura de la dádiva y de la dependencia, cultura que jamás logrará hacer salir del anonimato, del olvido y de la invisibilidad a los colectivos en desgracia. Estacionados en esta cultura se comprende por qué la admirable y paciente labor de pocos no ha servido de estimulo a muchos.

Tal vez el ejercicio de un “periodismo filantrópico” tendrá que iniciar por la discusión, la tolerancia y la aceptación del disenso, sólo entonces podremos aceptar que una sociedad solidaria implica promesa, porvenir y bienestar, condiciones que habrán de traducirse en una reivindicación del individuo y la dignidad humana. Amén de los amenes.
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