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Ahí está viendo pasar el tiempo: de Lafayette a Chapu

Una de las calles más emblemáticas de la ciudad conserva y hace evolucionar ''lo tapatío''

GUADALAJARA, JALISCO (02/FEB/2014).- A pesar de haber crecido como una mancha fuera de control, de tener poco más de cuatro millones de habitantes, de ser la ciudad con más automóviles per cápita de México, de sufrir de los problemas de una gran urbe: falta de planificación y servicios, tráfico, contaminación, inseguridad y miseria, Guadalajara sigue manteniendo y exhibiendo elementos del Rancho Grande del cine mexicano. Contradiciendo a beatos y apocalípticos de la modernidad, sigue conservando el alma más provinciana que aún ahora, cada temporada de lluvia, mantiene el olor a tierra mojada. No obstante, esto no quiere decir que la cultura de esta ciudad no haya experimentado enormes cambios. Hoy los tapatíos no visten de charros, los hay cholos, hippies, emos, hipsters, darketos y punks. Aun así, ataviados con distintos estilos beben tequila y gustan de tortas ahogadas. Pero a pesar de ello los charros siguen existiendo y se dan cita en sus lienzos, y se muestran orgullosos abriendo los desfiles de las Fiestas de Octubre y de la llevada de la Virgen de Zapopan. La charrería, junto con el mariachi y el tequila, son hoy revalorados como patrimonio intangible de un pueblo para la humanidad, y buscan ser preservados en museos, como se tiene planeado dedicar el precioso edificio de la “Quinceava” zona que se dice albergará el museo de la charrería.

Es cierto que muchas cosas han cambiado, que Guadalajara ya no es la de antes. Ya no tiene pinta de rancho y lejos está de evocar un paisaje rural. Que ya no es la Ciudad de las Rosas, ni la Ciudad Limpia y Amable. Que sus habitantes no son todos alteños: güeros y de ojos azules. Que la gente ya no vive en casas con hermosos patios andaluces, y que también abandonaron las palaciegas casas jardín de la colonia Moderna para irse a vivir a cotos distantes de la ciudad resguardados con puertas de hierro. Que los antiguos hacendados hace mucho tiempo que dejaron de ser su élite. Que ya no todos se quitan el sombrero o se persignan al pasar por el templo a la hora del Ángelus, aunque siga siendo uno de los lugares con más practicantes de rituales católicos en el mundo. Que sus pobladores no son tan persignados, aunque en general lo siguen siendo, con sus asegunes y a sus maneras heterodoxas y cada vez más contaminadas por las prácticas new age y esotéricas. Que las Chivas ya no sea el equipo campeón y que el Atlas tal vez gane en el futuro ahora que Salinas Pliego, el dueño de Televisión Azteca, lo compró. Verdad es que los jóvenes se diviertan distinto que sus abuelos y sus padres, aunque todos se dieran cita en el mismo lugar: los abuelos iban a Lafayette a coquetear mientras patinaban y tomaban helados; los padres iban a Chapultepec donde estaban los bares, las peñas latinoamericanas y cafés cantantes, y hoy los jóvenes van a “Chapu” a oír un toquín, a andar en patineta, a dar el rol o tomarse una chela. Aunque la manera de nombrar y de practicarlo sea diferente, el lugar sigue siendo el mismo, y mantiene una continuidad cultural. Como la Puerta de Alcalá, Lafayette, reconvertida en Chapultepec, y degradada a “Chapu” ve pasar el tiempo y construye una línea de continuidad entre el ayer y el presente. Con todo, esta ciudad conservadora ha sido y continúa siendo el lugar de prácticas y expresiones artísticas-culturales irruptoras, innovadoras, difíciles de comprender por provocativas.

La Guadalajara mocha ¿?

Ahora y antes, bajo su aparente mochería, Guadalajara es también un lugar recurrido y famoso por sus centros nocturnos. Sus burdeles siempre han sido reconocidos por locales y foráneos. En mis tiempos se hablaba del cacicazgo de Rosa Murillo propietaria de las Cascadas y “La Comanche” (Esther Camberos) esta última, que recién murió en 2012, fue propietaria de El Guadalajara de día y del el Hotel Aztlán. En una entrevista realizada por Felipe Cobián en Proceso, su hijo Adán describe cómo estos sitios eran lugares de encuentro de la élite nacional: presidentes, gobernadores, jueces, capos, comandantes, líderes sindicales y universitarios, visitaban el lugar y regresaban favores, a doña Esther, considerada por muchos como “la patrona”. Sin duda su biografía que parece estará publicada pronto, hará comprensible los hilos invisibles del poder caciquil y la cara oscura de la cultura de Guadalajara. En el presente, el giro cambió hacia los Table Dances, y más sofisticados aún el Candys Girls (que presume tener un nivel de calidad avalado por el ISO 9000) y el Men’s Club dirigido a hombres ejecutivos como escenario para “negocios de altura”; ambos se anuncian en visibles espectaculares colocados en las carreteras de ingreso a la ciudad, como lugar de destino turístico de Guadalajara. Ello no significa que Guadalajara no sea la sede nacional del catolicismo conservador, ni quiere decir que el ex Nuncio del Vaticano Prigione haya exagerado cuando la nombró “la capital moral de México”. Pues con ello no desmiente que sea la capital de la doble moral, puritana en su exterior, pero a la vez permisiva en los pliegues de sus calles. Si bien, las torres de catedral son ícono de una sociedad conservadora, mocha, y católica, Guadalajara es a su vez la Guanatos, la que reivindican con acento de libertad los “jotos”, cholos y los travestis. Es la disruptiva, la trasgresora. Es la Tapatía de Julio Haro, líder de la banda El Personal, que le compuso la canción en la cual los lugares tradicionales del centro de la ciudad (el mercado San Juan de Dios, la Plaza Tapatía, el Cabañas, el Cine Variedades y Catedral) son los rincones donde se combina y a su vez transgrede la cultura conservadora: donde sus habitantes se adentran para ponerle a “nuestro vicio”, cada quien el suyo.

Lo tapatío: una manera de volver al futuro


La Guadalajara de ayer, se mantiene en la Guadalajara de hoy. No es sólo un sentimiento de nostalgia, prevalece siempre alerta para subirse en el tren de la modernidad. A Guadalajara se le descubre en el cine mexicano, se le llora al son del mariachi, se disfruta de un sorbido con un caballito de tequilla con limón y sal, se le zapatea en un jarabe tapatío. Tradición y modernización son a mi manera de ver las dos ruedas que, aunque giran en sentidos opuestos, generan el ensamblaje de una manera de ser propia, pero a la vez una marca de exportación en un mundo cada vez más conectado por la globalización. Lo tradicional se convierte en su boleto de entrada en la postmodernidad. El rezago de ser una ciudad bicicletera es hoy un demanda ciudadana por el derecho a la vialidad. El tequila ya no es una bebida regional, sino que ha sido el boleto para ingresar en las industrias mundiales y a la vez ha sido el objeto para atraer turismo internacional. El mariachi ha sido denominado como patrimonio mundial de la humanidad, convirtiendo a la Perla Tapatía en la “meca” de la música vernácula que es apreciada en el mundo entero. De esta manera Guadalajara a través de sus mariachis, tequila, charros, futbolistas, miss de belleza se coloca como ícono de una mexicanidad que mira hacia adelante. Y en la política, nos regresa a los tiempos de la Ley de Herodes. Lo tapatío es en la actualidad una marca de identidad reconocida a nivel mundial, y debido a ello la gestión cultural de la ciudad tapatía concentra su atención en dichas expresiones. Incluso a mi manera de ver lo hace de manera exagerada exponensiándolo de tal manera que deja en el olvido otras manifestaciones artísticas y culturales de gran valor como ha sido su arquitectura, reconocida como arquitectura tapatía, influenciada por Luis Barragán, Pedro Castellanos, Rafael Urzúa, cuyas obras no son debidamente resguardadas. Nadie parece pensar en la relevancia que tendría hacer un gran museo dedicado a los grandes pintores jaliscienses.

Podemos establecer un paralelo entre “lo Mexicano” y “lo Tapatío” (aunque la segunda no abarca la totalidad de la primera) recurriendo a la definición brindada por Carlos Monsiváis: “son los lugares comunes [de] la gran ideología de los medios masivos” (Carlos Monsiváis La cultura mexicana en el siglo XX, México: El Colegio de México, 2010: p.215). Pero también son imaginarios que en la actualidad, y a lo largo de la historia de esta ciudad, han estado presentes como modelos para ser, actuar y practicar. Es decir, que se manifiestan, aunque esporádicamente —en especial en las situaciones de celebración— en la vida diaria de la ciudad, en sus fiestas, en el cierre de las bodas, en las misas con mariachi, en los desfiles, en los restaurantes campestres, en los programas culturales oficiales, en las manifestaciones folclóricas, en el ballet de la Universidad de Guadalajara, en la gestión municipal y estatal de la cultura, en el Teatro Degollado y en la Plaza Tapatía, en las cantinas, en la Plaza de los Mariachis, en los carteles publicitarios, en la promoción turística en millones de etiquetas que buscan posicionar sus productos, en los palenques y Fiestas de Octubre, en los éxitos musicales de Alejandro Fernández, cuando viene un artista extranjero y quiere quedar bien con los locales, en los museos, en la glorieta de las Jícamas, en los camiones. Con todo, aunque es una estampa del pasado del ser tapatío, aún en el arranque del siglo XXI su estética y sus maneras siguen vigentes como emblemas de identidad tradicional pero a su vez, y de manera paradójica, son estas marcas de lo tapatío lo que vehicula a la cultura de Guadalajara en las expresiones artísticas hibridas, globales y postmodernas. Pero también son las que nos obstaculizan valorar otras maneras presentes y emergentes del ser de Guadalajara.
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