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Adiós semana de Miley

Un “perreo” en los premios MTV consagró a Miley Cyrus como una de las princesas de la industria musical estadounidense; las reacciones le fueron desfavorables, con un solo matiz: todos hablaron de ella

GUADALAJARA, JALISCO (01/SEP/2013).- Los estudiosos de la comunicación llevan decenios devanándose los sesos para entender la intrincada red de razones que definen la agenda de los medios y la manera en que esa politizada ecuación afecta a la opinión pública. Hay guerra en Siria y recesión económica en Occidente, ¿invadirá el presidente Obama? Pero cualquier día de éstos una muchachita flaca decide convocar al escándalo, encuerarse a medias en medio de ositos de peluche, ponerse un dedo de goma gigante en la entrepierna y “perrear” en vivo en el más importante suceso de la industria musical. Y así fue como Miley Cyrus se apoderó de la agenda pública y de los medios durante la semana que está terminando.

Miley Cyrus (Nasvhille, 1992, cinco discos de estudio) es una de esas jóvenes ¿cantantes, actrices? de la casa Disney cuyo derecho a envejecer no es suyo, sino que hoy forma patrimonio de la opinión pública: como todos los niños artista, Miley vino desde la pubertad ejemplar y simpática y se estrelló contra la adolescencia, que dentro y fuera de los estudios de televisión es siempre impresentable y chocante. Los padres modernos se decantan por la misma postura que los padres de antaño: a los niños hay que tenerles paciencia aunque se echen a perder un poco. Miley anda en ésas. Hace años era Hannah Montana, protagonista de una serie de televisión de bromas simplonas en la que su personaje sobrevivía con sonrisas al mismo viejo drama de doble vida al que sí sobrevivieron la Viola de Shakespeare y los superhéroes de los cómic: por el día era una adolescente normal y por las noches se pintaba los labios y se convertía en una superpoderosa ídola del pop, divertida, llena de energía, dueña de masas de adolescentes frenéticos, sana, decente, bien portada y obediente con sus padres y con el Gobierno.

Pero los niños de la tele no quieren ser ejemplos. Igual que cualquier otro niño, quieren crecer y coquetear con la oportunidad de ser impresentables. Son toda una categoría de internet. Macaulay Culkin rompió con la ternura de su niño vencedor de criminales y se convirtió en algo así como un beatnik que da miedo. Edward Furlong decepcionó a sus legiones de enamoradas cuando desapareció del mapa porque las drogas resultaron más difíciles de controlar que Terminator. En tiempos de Google son todas mujeres: ¿Britney Spears, un día rapada, gorda, cuestionada como madre capaz, incapaz de bailar? Demi Lovato no ha sido capaz de salir de rehabilitación. Vanessa Hudgens es más famosa en internet por su potencial porno que por su talento en High School Musical. Amanda Bynes padece algo parecido al trastorno bipolar. ¿Y se acuerdan de Lindsay Lohan, esa niña que sabía actuar, que era simpática, que tenía futuro? En internet ya las juzgaron a todas ellas: se perdieron en el camino. Todas eran nuestro patrimonio, nuestras niñas estrella. No supieron gobernar sus adolescencias brillantes, glamorosas, sonrientes y con dietas balanceadas que hiciera espacio a la comida chatarra si pagaba bien los comerciales. Nos fallaron.

En el mejor de los casos pasarán a la historia —como la hermana de Britney Spears, estrella de su propio show para adolescentes hasta que se embarazó a los 16—, pero el show business lo recicla todo. Hasta las identidades en los medios de comunicación. Lindsay Lohan no es ya un modelo para ninguna niña actriz como la que hizo el remake de Parent trap hace tantos lejanos años. Déjenla sufrir para que cometa nuevos estropicios. Haremos gifs animados con su decadencia física. Hagámosla carne de paparazzi.

Perrea, Miley, perrea


En 2010 Miley Cyrus se jubiló de Disney, con sólo 18 años de edad. Es decir que para efectos de su carrera ya era vieja. Pero también es decir que no era ninguna novata. En el Festival Rock in Rio se quitó la mayoría de la ropa —o vistió un vestuario sexy, que es lo mismo— y demostró que había crecido. Haber envejecido como una renuncia y una afirmación: no iba a ser eterna, mandaba decir; mi cuerpo se transforma y seré yo quien detente las regalías.

Pero la lógica del fénix exige cenizas y mucho humo y para gobernar al cuerpo en los escenarios, facturas multimillonarias mediante, hace falta mucho más que simple autocontrol. Hace unos 25 años Madonna cantó por primera vez Like a virgin y le demostró al planeta que, cualquiera que fuera su siguiente decisión de negocios, involucraría a su cuerpo y todos íbamos a sentirnos fascinados. Gran Señora de la industria, reina por aclamación, dentro de poco la llamaremos “sexagenaria” y hoy la noticia es si su hija de 16 años se deja fotografiar en bikini. Sobrevivió al mismísimo Michael Jackson y a los escándalos y los matrimonios y las tendencias. Algo sabe hacer bien. Muchos de sus fans afirman que tiene talento.

Luego está Lady Gaga, todo un acertijo para ese mundillo, hija de una época de videos virales, vestida con imitaciones de carne cruda en las alfombras rojas, relevante según su siguiente peinado. Nadie sabe de qué se tratan sus canciones, porque todos tenemos cosas más importantes de qué preocuparnos. Pero, siendo honestos, ¿alguna vez alguien se preocupó de lo que cantara Madonna?

Tras la graduación en Río, Miley cambió. Obviamente se vistió de adulta, pero además comenzó a controlar parte de su actividad como cantante y abandonó la actuación: “El motivo por el que nunca me gustó actuar es porque no puedes ser tú misma; yo no quiero ser actriz, quiero ser una artista”, le dijo a la Rolling Stone.  Los críticos de música le reconocieron el garbo en el desgarbo: grababa videos sexy con fiestas y referencias fingidas a drogas y punto. “No podemos parar” y “No pueden domarme” se llamaban, previsiblemente, sus sencillos. Le preguntaron qué opinaba de su contemporáneo Justin Bieber y ella decía que le daba consejos para que se relajara y no se dejara abrumar por la industria que le exigía el sacrificio de su vida personal, “pero él es tonto”.

Luego vino la actuación del domingo 24 de agosto en los premios MTV. Miley vestía un conjunto brevísimo color piel, sacaba la lengua con la misma frecuencia con la que debía respirar y “perreaba”. Las fotos de internet eran dos: Miley con el trasero en retadora dirección a la entrepierna de su partner y la familia de Will Smith anonadada. Alguien hizo una serie de memes donde sobreponían su foto del “perreo” a la Mona Lisa, La última cena, El Grito de Munch.

Es decir: la estrella de la semana.

El Consejo de Padres para la TV en Estados Unidos exigió una sola cosa: que MTV reconociera que había presentado un show para públicos restringidos como uno para todo público. Fue la advertencia más moderada de todas, porque las demás no la bajaron de descocada. “Fue ofensiva y vulgar. No es que no hayamos visto nada similar antes, pero ésta fue hecha con muy mal gusto”, dijo una periodista de The Hollywood Reporter, mientras otros subrayaban que la chica quiso llamar la atención y lo consiguió. Vergonzosa, demasiado atrevida, desagradable, la llamaron. Es decir: todos esos adjetivos que hacen que le demos clic al video en YouTube.

Luego vinieron más reacciones, porque los medios no quisieron preocuparse de otra cosa: que si la chica no tiene la carne lo suficientemente firme, que si ejecutó el show de manera distinta a los ensayos, que si fue racista porque bailaba como negra entre coristas negros y ella era la única blanca en el escenario. Hasta Iowan Steve Chmelar, el creador de la figura del dedo de hulespuma, amenazó con demandarla.

“Es nuestra fiesta, podemos hacer lo que queramos, podemos besar a quien queramos, podemos vivir como queramos. A las chicas que agitan sus grandes traseros como en un club strip, recuerden que sólo Dios puede juzgarnos”. Si uno se remonta a la curiosa historia de las letras del rock descubrirá tres o cuatro como ésa de Miley Cyrus. Y entenderá que su imagen sea hoy la de la niña buena transgresora: admite que ha probado la mariguana, pero nunca la han fotografiado despeinada. Ella misma lo había advertido: “El día en que termine de grabar Hannah Montana, quemaré su peluca”. Si el puritanismo o la hipocresía son la base de la discusión, está aún por verse: la chica tiene más de 10 años en la industria y es, por lo tanto, una mujer de negocios. Si desaparecerá la semana que viene, hundida en otro escándalo que nos obligue a preguntarnos si hemos dejado que nuestras niñas crezcan demasiado rápido, es todavía un misterio. Ella dice que es una tuitera inspirada en Buda. Dice que a veces se siente negra. Su lengua es blanca y da curiosidad si no será más larga que la de Gene Simmons. Ahora mismo es nota, pero un día pasará de moda. Nadie le desea el sufrimiento de las otras niñas estrella que hoy bregan contra terapias, psiquiatras, maternidades desastrosas. Pero un día pasará de moda. ¿Y quién será la nueva princesa?
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