La metrópoli vive una paradoja: cuenta con un Centro Histórico subpoblado y encementa muchos kilómetros cuadrados de nuevas urbanizaciones populares, de clase media y acomodada, demandando los mismos servicios públicos y la infraestructura que ya dejó atrás.
¿Qué hace que los neoyorquinos adoren el centro de su enorme y rica metrópoli, Manhattan, mientras los tapatíos nos negamos a habitarlo y buscamos nuevos rumbos? ¿O Berlín, Tokio o Sidney, que también tienen centros citadinos que jalan a vivir en ellos? No es falta de recursos para re-habilitarlos y convertirlos en sitios en los que la gente quiera vivir, pues hasta el Infonavit ha ofrecido financiamiento para la edificación de vivienda, con estilos contemporáneos. Tampoco es la falta de desarrolladores habitacionales que quieran invertir y realizar negocio.
La clave puede estar, recordando el ejemplo de Nueva York, en volverlo un espacio aspiracional, un sitio a donde la gente quiera ir, un lugar en el que las personas quieran vivir porque, además de comodidad, el Centro les otorga la envidia de otros.
Monterrey buscó, hace unos años, remodelar y repoblar parte de su zona céntrica, lo que llamó El Pueblito. La Ciudad de México ha pretendido lo mismo, sin conseguirlo del todo. Los tapatíos podemos buscar una forma eficiente de provocarlo.
Lo que necesitamos no es fundamentalmente financiamiento para remozamiento de espacios y de vivienda. Tampoco es provisión de servicios públicos e infraestructura. Lo que Guadalajara requiere es una propuesta social lúdica y lúcida para que el Centro atraiga. Más allá de las ambiciones políticas, los tapatíos tenemos el reto de convertir el ombligo de nuestra ciudad en un lugar interesante y atractivo para visitar, para que los turistas quieran conocer y para que nosotros nos disputemos por vivir.
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