Aunque la ley contempla que la planeación del gasto público debe orientarse a cumplir el Plan Nacional de Desarrollo, la visión de conjunto y de horizonte amplio ha tenido poca presencia en los argumentos que se han esgrimido en comisiones y en el pleno de la Cámara para la definición presupuestal.
Es una lástima que el reparto de recursos públicos, que en su mayor parte se origina con el pago de impuestos y derechos que los contribuyentes y las empresas cautivos hacen al fisco porque el petróleo cada vez nos sirve menos para financiar al erario, se oriente más sobre criterios políticos que técnicos. Es una lástima que, como dijo el secretario de Agricultura, los recursos públicos aplicados al campo no corresponden con las necesidades más claras para su impulso, modernización y generación de beneficios generales. También es una lástima que la mayor parte del presupuesto se destine a gasto corriente —operación cotidiana del obeso y dispendioso Gobierno— incluidos los privilegios de los altos funcionarios, y no a inversión en infraestructura que genera empleos y oportunidades de expansión productiva y de beneficios sociales, como reitera Carlos Slim.
Llegar a tener un Congreso en el que prevalezca una visión menos partidizada y más centrada en el interés de toda la sociedad no es fácil, pero es más posible lograrlo si nos lo proponemos, que esperar que los legisladores, solos, le atinen a pactar un presupuesto más acorde con las necesidades generales.
Construir este tipo de democracia lleva tiempo, pero es necesario que ocurra para tener poderes públicos con visión de Estado.
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