Temas para reflexionar

Son evidentes los signos de una sociedad enferma, trastornada, próxima a la perturbación. Y no es para menos. El cúmulo cotidiano de noticias impregnadas de una violencia creciente y exacerbada; la desocupación progresiva de miles de personas que fluctúa entre el subempleo y la mendicidad; el nulo comportamiento ético en el sector público, y la degradación moral a la que no escapa la comunidad religiosa, son, entre otras, causa y razón de agobio, desánimo y abatimiento.

De ahí la proliferación de padecimientos propios de una comunidad desquiciada en la que se reflejan los trastornos psiquiátricos que enferman a toda sociedad en declive: esquizofrenia, paranoia, depresión, fobias, homosexualidad y lesbianismo crecientes, desamor e indiferencia, y tantas manifestaciones que enferman al mundo deteriorado de nuestros días. Ésta es nuestra siniestra y deprimente realidad, a la cual no sólo podemos enfrentar con sólo encogernos de hombros para exclamar con displicencia: “¡Ni modo, las cosas así son!”... Algo más podemos hacer.

Pocas veces en la historia convergen las adversidades de distinta índole y semejante gravedad que hacen de las sombrías horas que corren, horas de definición, de las que emergerá la sociedad disminuida y en riesgo de descomposición, y aun de enfrentamiento, o engrandecida para superar la magnitud del desafío para que sea, de una vez, madre providente de sus hijos.

No se requiere la vocación adivina de Casandra para avizorar un futuro preñado de vicisitudes lesivas a la convivencia, porque el pasado reciente y el presente las han incubado. No se requiere tampoco padecer un ánimo infectado de pesimismo, para advertir que día con día crecen las adversidades y aún surgen otras más en torno nuestro, en el seno mismo de la sociedad.

Tanto en el ámbito oficial como en el privado, es repulsiva y hostigante la espesa prosa de las falsas cortesías.

Alguna vez, en la solariega casa de Ameca, le escuché a mi padre esta reflexión: La sencillez de un Jesús humilde y polvoriento predicando su mensaje y su verdad, contrasta con una jerarquía eclesiástica forrada de oro y terciopelo que se dice portadora de su mensaje.

Todos los ciudadanos del mundo deberíamos tener derecho a votar en la elección del presidente de los Estados Unidos, pues, sea quien sea, quiérase o no, sus decisiones afectarán nuestras vidas.

Sucesivos gobiernos han intentado reparar con parches el neumático desinflado de la Revolución Mexicana, S. de R.L.

FLAVIO ROMERO DE VELASCO
Correo electrónico:r_develasco22@hotmail.com
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