Se dijo entonces que el Partido Acción Nacional (PAN), rotundo triunfador de las elecciones, no estaba preparado para gobernar, ni el PRI para asimilar una derrota de semejante magnitud. Por lo que ve a lo primero, fueron los propios panistas quienes bautizaron varias de las primeras acciones de gobierno como “novatadas”; no hay que olvidar que el mandatario electo, Alberto Cárdenas, debió integrar un gabinete en un lapso de dos semanas, para comenzar a administrar una de las entidades más importantes de la República.
En cuanto a lo segundo, los priistas entraron a un proceso de ajuste en el que ciertamente hubo responsables, culpables y simples “chivos expiatorios”. Pero el PRI en Jalisco ni se escindió ni se confrontó abiertamente consigo mismo; hubo cuadros dirigentes que debieron pagar los costos de la derrota y candidatos perdedores que se sumieron en el ostracismo, por lo menos durante algún tiempo, mientras que otros remontaron la corriente en contra y sobrevivieron en la política.
Lo que hoy se está viviendo en Jalisco al interior del PAN es una expresión que envía a la sociedad una muy mala señal, por diversas razones. En primer lugar, los grupos panistas que ahora se acusan mutuamente de haber propiciado la pérdida de la ZMG y de otros municipios importantes, así como el control del Congreso del Estado, se muestran como auténticos depredadores de la política y no como individuos interesados en la cosa pública con el elevado fin de servir a los demás.
Además, los militantes, dirigentes y gobernantes del blanquiazul exhiben el peor de los rostros de la política, cuando se rehusan a admitir que han cometido errores en su desempeño y que la ciudadanía es lo suficientemente madura como para razonar su voto y mostrarles su repudio en las urnas.
Tienen tiempo, no mucho, para enmendar. Por ahora son, más que nunca, un “partido”.
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