Ni por cerca, Obama ha hecho, para poner el episodio en contexto, lo de sus antecesores demócratas: Theodore Roosevelt, en 1906; Woodrow Wilson en 1919 y James Carter en 2002, ni tampoco los méritos del ex vicepresidente Al Gore, hoy su asesor en temas de ecología.
Roosevelt hizo méritos suficientes. Fue el primer presidente del Tribunal Internacional de La Haya y desde su cargo actuó en forma personal y directa, como exitoso mediador en un gran número de conflictos.
Woodrow Wilson, en 1919, fue galardonado por su impulso a la Sociedad de Naciones y por la promoción de la paz después de la Primera Guerra Mundial mediante el Tratado de Versalles.
A James Carter, en 2002, se lo distinguió porque rubricó el acuerdo de paz en Campo David, entre Israel y la Organización de Liberación Palestina (OLP), de Yasser Arafat.
Más reciente en la historia, Gore, en 2007, fue galardonado con el Nobel de la Paz, por su contribución a la reflexión y acción mundial contra el cambio climático, y también con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional.
En esta perspectiva, Obama, con sólo nueve meses en el Gobierno, no consiguió nada.
Sí planteó una nueva visión del mundo, a partir de los evidentes esfuerzos por avanzar hacia una política multilateral; ¿cómo desconocer su discurso de acercamiento al Islam en la Universidad de El Cairo?; tendió la mano a Europa, Rusia y China; retiró las tropas de Iraq; prometió cerrar la cárcel de Guantánamo antes del 20 de enero 2010; dio la espalda al golpe de Estado en Honduras.
Obama, ayudado por su carisma, ganó respeto, incluso entre personalidades como Hugo Chávez y Fidel Castro.
El Nobel de la Paz premió la forma más que el contenido y eso, a todas luces, es prematuro.
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