La libertad, la unión de las familias y de un país fue la máxima celebración mundial aquel 9 de noviembre de 1989. La esperanza de una nueva era para la Humanidad que ya era irreversible, fue el gran sueño, la gran promesa que todos se hicieron.
A pesar de lo conmemorable de la fecha, el hecho a dos décadas de distancia, no hace más que llamarnos a la reflexión de la realidad que hoy se vive en el planeta. Es una realidad dolorosa, pues los muros no han dejado de construirse y por lo menos existen 11 cuyo derrumbe todavía se ve lejano.
De esos 11 muros, sólo tres fueron construidos antes de 1989: el muro de arena de dos mil kilómetros a lo largo del Sahara Occidental, levantado entre 1980 y 1985; el muro de 241 kilómetros que separa Corea del Norte de Corea del Sur, construido en 1954 —es el único sobreviviente de la Guerra Fría— y por último, la pared de 180 kilómetros que se encuentra en Chipre y que desde 1974 separa a la república chipriota griega de la turca.
Según la revista “Books” existen otros nueve muros: entre Ceuta y Melilla (España), entre Sudáfrica y Zimbawe, otra más entre Botswana y Zimbawe; también entre China y Korea del Norte, India y Bangladesh y otra más entre India y Pakistán. También Iraq tiene una barda que divide a los suníes de los chiítas.
No pueden olvidarse tampoco los muros de cemento israelitas en la franja de Cisjordania que empezaron a construirse en 2002 y que finalizarán en 2010. Y obviamente la valla que afecta directamente a los mexicanos y que construye Estados Unidos a lo largo de mil 100 kilómetros desde 2002.
Ante esta realidad vemos que el mundo todavía está lejos de esa añorada unión y libertad. Hoy se levantan esas barreras no sólo por ideologías políticas sino por seguridad. La lección es clara: las sociedades que no aprenden de la historia, están condenados a repetirla.
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