Si un día antes el problema fue para los automovilistas en la Carretera a Chapala y en la salida a Tequila, por el paro de transportistas que finalmente concluyó cerca de la media noche, ayer lo fue para el tráfico vehicular en el centro de la ciudad, para los peatones que por alguna razón tuvieron necesidad de ir a ese punto, para comerciantes de la zona... en fin, que mientras cerca del obscurecer los manifestantes lograban su objetivo (a medias, pues no consiguieron el incremento que pretendían) y liberaban las calles, el perjuicio para los ciudadanos ya estaba hecho: una jornada completa de caos, molestias, pérdida de tiempo y horas de mal humor.
Es cierto que el derecho a manifestar sus inconformidades les ampara, pero también lo es que nada les autoriza a pisotear los derechos de los demás. Fueron 10 horas de negociaciones, y mientras éstas se llevaban a cabo al interior del Palacio Municipal, los dos mil trabajadores municipales desquiciaban el centro afectando a la sociedad tapatía. Esta vez no hubo grupos de antimotines que les obligaran a desbloquear las calles, no hubo autoridades con la capacidad para hacerlos entrar en razón. Si el diálogo y la negociación se estaban dando, hubiera bastado con manifestarse, sin perjudicar a terceros.
Los líderes sindicales saben que existen muchas otras opciones para ejercer presión, e incluso pueden resultar mucho más afectivas para que les sean satisfechas sus demandas. Pero presionar como lo hicieron ayer, perjudicando a la mayoría en favor de una minoría, nunca será bien visto y las autoridades no deberían permitirlo. Después de lo vivido ayer en Guadalajara, se debe insistir en la urgencia de leyes que regulen las manifestaciones... Tarea para el Legislativo.
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