Honduras

La situación que vive Honduras por estos días es un episodio histórico. La presencia del depuesto presidente Manuel Zelaya en la embajada de Brasil es una operación política inédita, que apunta a revertir el golpe de Estado perpetrado por las Fuerzas Armadas, con el amparo de sectores del Congreso y el Poder Judicial, el 28 de junio, y que terminó con la imposición de Roberto Micheletti como mandatario de facto.

El regreso de Zelaya ha sido producto de una operación de pinzas concebida, diseñada y ejecutada en el momento correcto. No obedece sólo a un “milagro de Dios”, como ha dicho “Mel”, sino a una suma de voluntades que se han ido engarzando una a una.

La sorpresa, en realidad, ha sido para la opinión pública, porque la intrahistoria, aquella que se escribe con la sucesión de pequeños grandes hechos, no se detuvo nunca, ni antes ni después de la fracasada mediación del presidente de Costa Rica, Óscar Arias, a quien Felipe Calderón le llamó el “hombre sabio de Centroamérica”.

A la luz de los hechos, el regreso de Zelaya ha sido posible por la concertación regional de intereses que motorizó, fundamentalmente, la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).

La sinergia de la Unasur llevó a la Organización de Estados Americanos (OEA) y a Estados Unidos, en su primera señal hacia América Latina de la Administración de Barack Obama, tras los ocho años de indiferencia de George W. Bush, a cercar, debilitar y minar al Gobierno de Micheletti.

El escenario tampoco es casual. El presidente de Brasil ha facilitado la embajada de su país en Tegucigalpa en una acción medida, calculada.

La torpeza de Micheletti de “encarcelar” en un estadio a unos 150 opositores, que luego dejó en libertad, y cortar los servicios a la sede diplomática, no son más que los pequeños grandes detalles que dieron pie a que Lula plantee el caso en la Asamblea General de la ONU, y pida la intervención del Consejo de Seguridad, que administra los “cascos azules”.
El regreso de Zelaya ha sido una operación perfecta, que abre ahora un incierto proceso político tendiente a legitimar al depuesto mandatario.
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