Bush ha advertido a Obama —que a punto está de tomar posesión; cosa de días— que a los Estados Unidos le sobreviene “una guerra inminente con los cárteles de la droga, donde la primera línea de la lucha será México”.
Incluso, Bush reiteró que su sucesor “necesitará enfrentar a los cárteles de la droga en nuestro propio vecindario”. Y añadió que “los narcotraficantes continuarán buscando un flanco débil. Y una de las cosas que futuros presidentes tendrán que hacer, es asegurarse de que (los narcotraficantes) no encuentren un refugio en partes de América Central”. Y afirmaba que las organizaciones criminales mexicanas dotan de drogas a cuando menos 230 ciudades estadounidenses.
Las declaraciones de Bush representan un grave riesgo para México, porque es de todo el mundo conocido que el Gobierno de los Estados Unidos es capaz de atentar físicamente contra la soberanía de otros países, cuando supone o pretexta que su seguridad nacional está amenazada.
Cuando se supo hace tres años que México, Canadá y Estados Unidos negociaban la firma de un acuerdo para reforzar la seguridad en América del Norte, entonces surgieron versiones de que el secretismo con que lo negociaban era porque los gobiernos de Canadá y México —sobre todo este último— estaban en realidad aflojando las fronteras, y acomodándolas a los intereses de los Estados Unidos, que pretextando una lucha contra el terrorismo lo que en realidad pretendía era buscar nuevas modalidades de intervencionismo en los países de su “vecindario”.
Y ahora, el gobierno a punto de finiquito de Bush ha lanzado al aire, al parecer, un nuevo enemigo por perseguir policial y militarmente, más allá de sus fronteras: el narcotráfico. Pero, claro, sin comprometerse a combatir dentro de ellos el consumo, motor de toda esa industria de muerte.
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