Están sometidos a una enorme oferta de información, esparcimiento y redes sociales. Y por lo general les cuesta mucho conseguir un empleo. Son nuestros jóvenes actuales, los que se responsabilizarán en unos años del futuro del planeta.
Si son estudiosos, llega el momento en el que buscan integrarse al mundo laboral y, si lo consiguen, por lo general serán retribuidos escasamente, y muchas veces ni siquiera para lo que se prepararon. Y si abandonaron la educación antes de llegar a terminar la secundaria, su futuro será el de actividades de baja productividad, que en muy poco contribuirán al desarrollo de los países.
Es un fenómeno generalizado en muchas naciones. En México, los jóvenes enfrentan una tasa de desempleo cercana a 10% de los que buscan alguna colocación.
En nuestro país los han comenzado a llamar “ninis”, porque ni trabajan ni estudian. Los podemos ver en las calles, las plazas y los centros comerciales.
La ingenuidad del nombre no refleja el drama que implica que en el futuro, de ellos y del país, no estarán integrados a plenitud a la sociedad.
¿Qué provenir estamos labrando con ellos?
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) ha llamado la atención sobre este fenómeno que, desde el Río Bravo a la Patagonia, implica que una cuarta parte no participe en actividades económicas ni asista a instituciones educativas.
Esta situación no ha llegado con la crisis económica que enfrentamos. Su origen es anterior, aunque el apretón que actualmente se vive lo está exhibiendo con crudeza. Tanta, que la Organización de las Naciones Unidas y sus organismos dependientes están convocando a jefes de Estado y de Gobierno en América y Europa para buscar una solución, que necesariamente requiere recursos, pero sobre todo una estrategia que pueda funcionar y dar resultados.
La solución no es fácil, pero ignorar el problema anticipa severas complicaciones a la sociedad en los siguientes años. El dilema está ahora en nuestras manos.
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