ENTRE VERAS Y BROMAS

— “Hordas”

Ése fue el vocablo con que calificaron las notas periodísticas al alud de jóvenes que se precipitaron, en un momento determinado —so pretexto del “día de visitas escolares”—, a la Feria Internacional del Libro: “hordas”...

—II—

La paradoja, además de obvia, es grosera. Horda, según la Academia, es “reunión de salvajes que forman comunidad y no tienen domicilio; por extensión, grupo de gente que obra sin disciplina y con violencia”... Si al libro se le ha entronizado como el símbolo supremo de la cultura, cualquier manifestación de aprecio hacia él debería significarse, aun cuando los protagonistas de tal manifestación sean jóvenes, por una dosis razonable de orden, respeto y civismo. Lo primero, porque ocurre en un lugar público; lo segundo, porque se trata de un sitio atestado de personas, incluidas damas, ancianos, niños y minusválidos; lo tercero, porque la Feria se antoja una oportunidad inmejorable para exhibir lo mejor que un estudiante ha recibido de la sociedad y su familia: educación (en la acepción, en el caso, de urbanidad)... En ese contexto no deberían tener cabida los empujones y el amontonamiento que refieren los testigos y consignan las correspondientes crónicas; tampoco actitudes que justificaran las alusiones de las mismas notas informativas a “caos” o a “relajo imparable”; mucho menos informaciones tangenciales a las presentaciones de libros y a las declaraciones de los escritores, como las referentes, por una parte, a las bajas ventas (que alguna recuperación tuvieron, al decir de los expositores, gracias a la venta nocturna que se incorporó en la edición que finalizó anoche), y, por la otra, al robo —así, con todas sus letras— de libros.

—III—

Al margen de las cifras que de ordinario se difunden al cabo de la Feria, en tono triunfalista, acerca de la cantidad de asistentes, sería deseable que se hiciera una salvedad: cuántos de esos asistentes son los acarreados que acuden al efecto de hacer una “tarea escolar” consistente en llevar un folleto o presentar una fotografía como prueba de que se asistió, físicamente, al evento. Y faltaría agregar el pormenor de los 100 libros más vendidos —o más robados, que para el caso da lo mismo—, al efecto de documentar el beneficio que va dejando, globalmente y en cada una de sus ediciones, la Feria como instrumento para hacer mejores personas (no trogloditas que integran hordas, ni ladrones que se apoderan subrepticiamente de lo ajeno) de quienes la visitan.
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