El presidente ‘golpeado’ se había alineado a la ideología y estilo de gobierno del presidente venezolano Hugo Chávez: llegar democráticamente al poder y luego atentar contra las instituciones democráticas.
Pero hasta ahora, el nuevo “gobierno” hondureño no ha justificado ante la comunidad internacional el proceso constitucional y legal interno por el que destituyó al Presidente. Por eso ésta rechaza el evento calificándolo de golpe de Estado. En nombre de la democracia, no se puede atentar contra la democracia, aunque el causante se incline por soluciones antidemocráticas.
La circunstancia política en México, sin llegar a esos extremos, es análoga. Andrés Manuel López Obrador manda al diablo a las instituciones —incluido su partido— cuando la democracia no lo beneficia; el Partido Verde promueve, con artistas de telenovela, la pena de muerte, como si México no tuviera compromisos internacionales al respecto; el Partido Acción Nacional utiliza la “guerra sucia” en sus campañas porque le es rentable políticamente; el Revolucionario Institucional chantajea al Presidente para obtener una reforma electoral que atenta contra la independencia del Instituto Federal Electoral y le asigna labores imposibles de cumplir. Ante ello, ¿qué puede hacer la democracia para defenderse?
La presencia ciudadana es quien saca a flote la democracia mexicana. Son los ciudadanos quienes parece que se dan cuenta que su valor se descubre “junto a” y “a pesar de” los partidos políticos. Se instalarán la mayoría de las casillas; veremos a funcionarios de casilla que trabajan sin más retribución que el del deber cívico cumplido; ciudadanos que acuden a votar respetando al resto. La discusión sobre el voto nulo se gestó entre ciudadanos. Por eso la democracia es como un bebé: impone sus exigencias sólo con su presencia, y ahí se esconde su grandeza y su debilidad.
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