Hace unos meses, los expertos internacionales señalaron a México como uno de los países con peor manejo de políticas públicas para enfrentar la crisis, pero eso —junto con las ridículas argumentaciones de defensa del entonces secretario de Hacienda, Agustín Carstens— fue sólo palabrería para la gente. A lo más, encabezados en los medios de comunicación. Hoy, la realidad es la que lastima y no tiene oídos para los reclamos: seis millones de personas se sumarán a la pobreza. En el año, la cifra de pobres en el país llegará a 53 millones, según prevé el Centro de Investigación en Economía y Negocios del TEC de Monterrey. Es la mitad de México.
Mientras se ocupan y preocupan por lo que puedan conseguir para comer, estos mexicanos que viven en todo el país (incluso en Jalisco, donde el Tercer Informe de Gobierno nos dice que no nos fue tan mal), guardan en su memoria la imagen de alcaldes, gobernadores, diputados, secretarios y funcionarios gubernamentales de toda especie, con sueldos que ellos apenas ambicionan como premio de lotería, y que además gozan de impunidad para mantener un nivel de vida que, razonablemente, no es dable a un ciudadano que se sostiene de un trabajo lícito.
Atinada o equivocada, ésta es la percepción dominante. Pues ocurre que estos funcionarios, odiados y admirados en el imaginario colectivo, son producto de los partidos políticos. Y en este país hundido en crisis económica, hay también una crisis de valores políticos que, obviamente, ocupa un plano inferior en la escala nacional de urgencias. Pero si los hombres y mujeres que viven de y para la política desatienden su particular crisis, las consecuencias serán catastróficas para todos.
Aterrizo con una frase de Winston Churchill: “La democracia es el peor sistema de gobierno… con excepción de todos los demás”. Aunque “en transición” —anhelemos que hacia algo mejor— el nuestro es un sistema de gobierno democrático que se funda en los partidos políticos; por consecuencia, dependemos de ellos.
Está pendiente una reforma política nacional que pretende, aunque sea tímidamente, restar poder a los partidos para darlo a los ciudadanos. Pero quienes anhelan debilitar a los partidos equivocan el rumbo. El fortalecimiento de nuestra democracia y de nuestro país —y por tanto, de la economía—, sólo puede ser resultado del equilibrio y la madurez en los partidos políticos. Por eso, ¡que pobrísimo favor nos hacen a todos los conflictos del PRD en Jalisco! ¡Cuánto se extraña a políticos de Izquierda!
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