“Va a haber mucho desempleo, va a subir el desempleo como no teníamos noticia en nuestra vida personal”, les dijo a los legisladores. “Van a quebrar empresas; muchas chicas, medianas y grandes; van a cerrar los comercios, va a haber locales cerrados por todos lados; los inmuebles van a estar vacíos”.
¿A quién creerle? A todos. Cada uno de los aquí citados, y muchas otras voces públicas, han ofrecido su visión sobre un problema muy complejo, del que todavía no sabemos todo. Conviene ser extremadamente cautos y racionalmente optimistas, porque aunque Slim no está sacando su fortuna del país, ni el Presidente Calderón está evadiendo al compromiso de gobernar a la nación en el vendaval en el que estamos metidos, una cosa es cierta: México no va a desaparecer.
Es muy difícil convencer al padre de familia que financió estudios profesionales de un hijo que no logra encontrar trabajo, que algún día lo conseguirá; o a la madre de familia abandonada por su esposo, que podrá subsistir; o al empresario al que se le han caído en vertical sus ventas, que alcanzará a encontrar el nicho que le permitirá al menos subsistir los siguientes dos años. Y, sin embargo, hay que buscarlo. El futuro de México no depende de promesas políticas o desenlaces milagrosos. Depende, esencialmente, de la suma de los esfuerzos de los mexicanos que aman a este país, y que están dispuestos a ponerse el overol para empujarlo. Creamos en nosotros mismos.
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