Para desgracia de México, y como dijo Agustín Carstens, “el futuro nos alcanzó” por haber fincado el gasto público en buena medida los ingresos del crudo, y ahora el país se encuentra sin la capacidad económica que necesita para impulsar su crecimiento.
Frente a este panorama, los mexicanos tenemos el desafío de ponernos de acuerdo para ajustar el aparato gubernamental hacia el fomento de las actividades productivas que generen riqueza y, en consecuencia, bienestar social para toda la población.
Por si fuera poco, el ambiente político de encono y la falta de acuerdos entre los diversos partidos tienen atrapado al país en pugnas que no acaban.
Las experiencias de naciones hermanas como Chile, Brasil, Costa Rica o España han servido de poco para que nuestros políticos se vean obligados a sentarse en la mesa de los diálogos que favorezcan los acuerdos nacionales para actualizar las leyes, los trámites y los proyectos. En lugar de eso, ha prevalecido la mezquindad de los grupos que buscan posiciones que les beneficien en el corto plazo, dejando el horizonte amplio y el interés general cautivo de sus ambiciones.
Toda nación requiere de los buenos oficios de sus mejores políticos, que sepan dejar de lado sus diferencias, que siempre existirán, para contribuir en una renovación del panorama nacional. Mientras otros países ya se preparan para emprender el desarrollo después de la recesión generalizada, nuestros políticos se entretienen en defender sus visiones cortas. El “shock financiero” del que habló Carstens, en realidad es un corto circuito en la política.
Hoy México requiere de una renovada política de Estado, que negocie y que, al final, lleve al país a alcanzar un desarrollo competitivo.
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