En su comparecencia, Gómez Mont le dio forma: “Para acercar Gobierno y ciudadanía, el Ejecutivo federal considera indispensable zanjar en los tiempos de esta legislatura la discusión sobre los mecanismos de democracia directa —plebiscito y referéndum— y la reelección consecutiva de legisladores y ayuntamientos”.
Manlio Fabio Beltrones, coordinador de los senadores priistas, respondió a estos planteamientos de forma positiva. Algunos vieron perfilarse en el horizonte una alianza PRI–PAN que haría posible estas reformas. Federico Reyes Heroles en Reforma escribió: “Si el asunto va en serio, podríamos estar en el umbral de una verdadera reforma democratizadora y liberal”.
El problema es que no va en serio. El PRI está tan lejos como siempre de querer sumarse a una reforma liberal o democratizadora. Manlio habla por él y no por su partido. El sector más pesado del PRI está en contra de todo: de la disminución del dinero que reciben los partidos, de la reducción de los plurinominales y de la reelección de diputados y presidentes municipales. Hace unos días escuché el argumento que dudo repitan en público y ante una grabadora: Dicen que la reelección es un mecanismo de movilidad social que si se cancela nos conduciría derechito a una nueva revolución. Los cargos de elección popular y los puestos públicos son vistos como medios para desahogar la presión de las bases, premiar y promover lealtades, permitir que unos cuantos afines se enriquezcan y mantener el control de grandes sectores. Nada más viejo. La eficacia y la transparencia no forman parte de este discurso, desde luego. Y ni hablar de una clase política más estable y profesional que genere condiciones para que la movilidad se dé, sí pero en la esfera productiva y no con el dinero de los contribuyentes. Es el mismo cuento priista inaugurado por Calles en los años 30 del siglo pasado.
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