En realidad es una percepción que viene del fondo de la historia y que describe cómo han sido las relaciones bilaterales entre ambos países; por lo tanto, es una tendencia, un proceso, que reconoce sus orígenes en tiempos en los que el Poder Legislativo mexicano, sus actores, asumían una conducta sumisa ante la figura presidencial.
En los encuentros bilaterales, los representantes del pueblo de México se encontraban del otro lado de la mesa con congresistas de criterio independiente respecto a las políticas de la Casa Blanca, más allá de que el mandatario de turno fuera demócrata o republicano.
Tal disparidad a la hora de legislar, operar, cabildear, terminó por instalar la idea en los congresistas estadounidenses que los acuerdos bilaterales casi no tenían interlocutores válidos, sus contrapartes terminaban por ser descalificados.
Salvo honrosas excepciones, esta historia se mantiene intacta, ¿por qué, entonces, la Cumbre debería cambiar el destino?, ¿qué hecho objetivo, comprobable, haría pensar que hoy y mañana la película tendrá un final diferente?
Si bien el encuentro es trilateral, hay decisiones que se cocinan en el Capitolio y que pueden impactar en la política nacional, cuando la lucha contra el crimen organizado es prioridad en la agenda política de Los Pinos.
El probable recorte en la ayuda financiera para mantener intacta la Iniciativa Mérida, porque la ley de Estados Unidos impide apoyar a países en donde se violan los derechos humanos, tendrá un espacio central en la agenda, en el apartado de seguridad y actuación de las fuerzas de seguridad.
De poco y nada sirvió el reconocimiento público de la secretaría de Relaciones Exteriores, Patricia Espinosa, el jueves, en el sentido de que los abusos militares sólo se daban en “situaciones ocasionales”. El presidente Barack Obama no le creyó, y así de escueto lo dijo el viernes en una conferencia con corresponsales latinos en Washington.
Como ayer, hoy la relación bilateral se inclina hacia el mismo lado.
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