México

¿Y nuestro Obama?

Ni Peña Nieto, ni Beltrones, pero tampoco López Obrador ni Ebrard y mucho menos Vázquez Mota, Lujambio o Cordero han articulado un discurso alternativo todavía

Los atentados terroristas de 2001 contra Washington DC y Nueva York impactaron la dinámica de gobernar de George W. Bush.

Tras haber sido elegido en uno de los más polémicos procesos electorales de la historia estadounidense, Bush había prometido inicialmente gobernar para todos en su país, unir y no dividir e iniciar un proceso que sanara las heridas que había dejado su elección a la Presidencia.

El 11 de septiembre de 2001 derrumbó las Torres Gemelas y el ánimo de buscar acuerdos de Bush.

De la noche a la mañana, una emergencia activó el papel constitucional de comandante en jefe del presidente estadounidense, rol acostumbrado a la verticalidad en la toma de decisiones, a la ausencia del debate y la falta de cuestionamientos.

Bush encontró en el rol de comandante en jefe su zona de confort y ahí se quedaría durante la mayor parte de sus ocho años de gobierno.

En buena parte de esos ocho años la sociedad civil estadounidense se paralizó. Los medios de comunicación decidieron acallar las críticas, no publicar imágenes de soldados estadounidenses muertos en batalla y casi reproducir los primeros comunicados de la Casa Blanca.

Las voces de intelectuales críticos fueron censuradas. Un Congreso temeroso se compró el argumento de “o están conmigo o son enemigos de Estados Unidos” y aprobó sin cuestionamientos la agenda bélica de Bush y la llamada Ley Patriota de 2001.

Tuvieron que pasar las elecciones intermedias de 2002 y la presidencial de 2004 para que las voces críticas que ofrecían alternativas a la guerra contra el terrorismo empezaran a hacer eco en la opinión pública.

Barack Obama llegó al Senado estadounidense en enero de 2005 posicionándose en contra de la guerra contra el terrorismo tal y como la conducía Bush. Con un discurso bien armado anti guerra, de salida de las tropas estadounidenses de Iraq y de un Estados Unidos post Bush, Obama ganó la Presidencia en 2008.

Aquí en México tenemos a un presidente que se siente cómodo en su rol de comandante en jefe. Casi cuatro años después y casi 30 mil muertos después, Felipe Calderón sigue enfocado en el mensaje: “La batalla será larga, pero vale la pena para que la droga no llegue a tus hijos”. “Necesitamos la unidad de todos los mexicanos en esta batalla que es de todos”.

Y en paralelo la mayor parte de la clase política mexicana respalda la guerra del Presidente. Los y las suspirantes presidenciales para 2012, de los tres partidos principales, han optado por no ser claros aún en proponer una alternativa a la forma en la que se conduce la guerra contra el narco.

Ni Peña Nieto, ni Beltrones, pero tampoco López Obrador ni Ebrard y mucho menos Vázquez Mota, Lujambio o Cordero han articulado un discurso alternativo todavía.

En contraste a la “lucha frontal contra el narco”, en Estados Unidos, principal mercado de las drogas mexicanas y colombianas, 14 estados han legalizado el uso de la mariguana para fines terapéuticos.

El escenario que se avecina en California, con la llamada propuesta 19 que legalizaría el uso recreativo de la mariguana en noviembre próximo, podría redefinir el posicionamiento de los aspirantes a Los Pinos en México y obligarlos a proponer alternativas.

El número más reciente de la revista “Nexos” incorpora algunos argumentos pro legalización y se suma a los argumentos ofrecidos por ex presidentes latinoamericanos como Ernesto Zedillo, César Gaviria y Fernando Henrique Cardoso, quienes desde hace ya unos años impulsan el tema de la legalización.

En los próximos meses, conforme nos vayamos acercando a la elección de 2012, serán necesarias las voces, los posicionamientos y las propuestas de los aspirantes presidenciales, pero sobre todo la imaginación de un México post Calderón. En México ya tenemos a un Bush, nos falta todavía un o una Obama.
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