México
…Y no pueden
La gente en la calle sigue gritando ¡no más muertes! ¡No más sangre! La gente sigue exigiendo que si los funcionarios no pueden, mejor que renuncien
En todos ellos el denominador común es que les han asesinado a sus hijos y exigen a las autoridades que cumplan las encomiendas fundamentales que tienen por mandato de ley: garantizar la seguridad de los ciudadanos y llevar ante la justicia a quienes son responsables de agredir, secuestrar o quitarle la vida a otro. Son, se podría decir perdonando la expresión y sin asomo de tintes discriminatorios o clasistas, mexicanos ilustres que fácilmente atraen los reflectores, que acceden de manera directa a las tribunas públicas, que hacen escuchar sus voces; todos gritan lo mismo: ¿Por qué el Estado ha permitido que la violencia llegue a estos extremos, y por qué no son capaces sus aparatos de seguridad y justicia de evitar las muertes de inocentes y capturar a los culpables?
Dice el subsecretario antinarcóticos de Estados Unidos que se hizo un mal diagnóstico (no lo especifica, pero suponemos que en ambos lados de la frontera común) acerca de la forma de acometer el combate al narcotráfico que en los ochenta florecía sobre todo mediante los grandes sembradíos y el trasiego de mariguana y la creciente importación de cocaína. No era sólo con una mejor impartición de justicia como se golpearía a esta lucrativa actividad, que produjo en México grandes camadas de nuevos ricos, mismos que comenzaron a codearse con los respetables hombres de negocios de ciudades cosmopolitas.
En efecto, ahora el señor William R. Brownfield reconoce con meridiana claridad: “Estábamos equivocados: el problema (del narcotráfico) involucra aspectos económicos, políticos, de seguridad, diplomáticos, sociales, de salud, educativos y culturales”.
Por eso muchos jóvenes que no tienen cabida en el sistema educativo, que no encuentran oportunidades laborales, que viven en condiciones de pobreza, que han crecido en la cultura del narcocorrido y los héroes de las camionetas de lujo y las armas largas, con el sueño de la riqueza fácil, con la espiral de la dependencia de sustancias adictivas, esos jóvenes son víctimas propicias de las bandas criminales. Pero no sólo esos jóvenes aparentemente más vulnerables, sino muchos más dedicados en cuerpo y alma al estudio, de los que salen a las calles sólo a divertirse, de los que se reúnen en grupos para compartir sus ansias y expectativas propias de su edad, también ésos siguen cayendo como víctimas mortales de la violencia.
¿A quién le toca la siguiente bala? ¿Cuántos jóvenes quedarán sembrados en esta lucha cruenta de miles y miles de víctimas? La gente en la calle sigue gritando ¡no más muertes! ¡No más sangre! La gente sigue exigiendo que si los funcionarios no pueden, mejor que renuncien; pero ellos siguen ahí, impávidos, viendo pasar las balas desde sus oficinas resguardadas y sus autos blindados.
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