México
WikiLeaks capítulo 2
En la vida real, no en las películas, el mensajero hoy está detenido y su futuro es incierto, pero el mensaje ya está ahí
Empiezo por la clásica. La aparente sorpresa de los interlocutores mundiales de Hillary Clinton ante las revelaciones de WikiLeaks parece salida de la escena en el Ricks Cafe, ubicado en Casablanca cuando el inspector de policía francés entra al tugurio presionado por los nazis que querían a toda costa cerrarlo y para encontrar el pretexto de la decisión se declara sorprendido de que ahí se jugaba a la ruleta.
El croupier de la casa, regenteada por el atractivo Humprey Bogart, sin haber oído la consigna de clausura se acerca como cada noche al inspector para dotarlo de las fichas cortesía de la casa.
¿Alguien puede sorprenderse con la sustancia de lo dicho en los cables? No lo creo. Pero ahí entra la segunda película, la del hacker de todos tan temido, la heroína del siglo XXI: Elizabeth Sallander, que es capaz de penetrar con su computadora cualquier oficina gubernamental o banco y desquiciar a los poderes establecidos.
Julian Assange tiene al mundo de la diplomacia estadounidense de cabeza, porque demostró que los sistemas de resguardo y encriptación de documentos del Departamento de Defensa de los Estados Unidos son enormemente vulnerables.
Héroe para algunos, villano para otros, este señor de origen australiano potenció lo que desde siempre ha sido parte consustancial de la diplomacia: la relatoría de informes sobre vicios, virtudes de los gobernantes ante los cuales se está acreditado, el recuento de las peleas internas de los grupos de poder y, claro, los juicios personales acerca de la situación política, económica y social de un país y el impacto que tendrá para los intereses nacionales del que relata la historia inmediata.
Todos lo hacen todo el tiempo, la diferencia está en que pocas veces tantos han conocido tanto sobre procedimientos normalmente mantenidos bajo reserva.
La obtención de los documentos fue ilegal, eso no hay duda, el impacto negativo es real, porque aunque no sorprende, seguramente no es agradable, por ejemplo para el Ejército Mexicano, que se publique que los diplomáticos estadounidenses consideran que es “adverso al riesgo” y prefieren tratar con la Marina armada de México que con ellos, pero no es mortal.
En otros momentos ha habido filtraciones de esta naturaleza, durante la guerra de Vietnam se conocieron “los papeles del Pentágono”, en los que se exhibía una doble contabilidad, que restaba cifras de bajas mortales a la información que se hacía pública.
Para otra potencia, China, el momento de enfrentar el escrutinio de una filtración llegó 10 años después de la matanza de Tiananmen, cuando se dieron a conocer los cuadernos en los que miembros del Partido Comunista debatían acerca de reprimir o no el movimiento estudiantil.
El ejercicio de la política de la diplomacia, y francamente casi de cualquier actividad humana, requiere confianza y, sí, también un mínimo de confidencialidad, de privacidad.
Hay que reconocerlo, la dinámica de la exhibición pública de lo que se pensó para ser leído en privado complica las interacciones aunque, como en la escena de Casablanca, todos sepan que el inspector está mintiendo cuando se dice sorprendido por una actividad que todos saben que se realiza pero no se habla de ella fuera del Rick´s Cafe.
De igual manera hay que subrayar que cualquier actividad humana en el siglo XXI no puede ocultarse, porque los medios digitales de registro son accesibles de manera remota por una mente brillante con una computadora como la de una Sallander de carne y hueso y que una vez expuestos en la red, como es el caso en la vida real de WikiLeaks, difícilmente se borrará su huella.
En la vida real, no en las películas, el mensajero hoy está detenido y su futuro es incierto, pero el mensaje ya está ahí para cobrar conciencia de que en cualquier actividad, si no quieres que algo se sepa, es mejor no hacerlo.
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