México

Vivir en Ciudad Juárez

Imaginen que hay dos formas de enfrentar los días: una, bajando la mirada y guardándose en casa como animales asustados, sin poderle hablar al vecino para pedirle un martillo

José Adrián murió en una fiesta de chavos porque a un pandillero se le pasó la mano con la coca y en lugar de irse contra el que andaba buscando, se dio gusto disparando contra todos. José Adrián tenía nombre, familia, amigos, rostro. Era primo de Linda y había sido premiado por el gobernador como estudiante sobresaliente. No es lo mismo José Adrián, con su rostro, con su madre enfurecida con el Presidente Calderón, con sus 17 amigos muertos, que la fría cifra de 180 asesinatos por cada 100 mil habitantes en Ciudad Juárez.

Jorge, otro chico juarense, iba adentro del auto de su padre, de copiloto, platicando sobre alguna de esas cosas de las que habla uno cuando va de buen humor. Tan de buenas iba, que el rojo del semáforo lo agarró en plena risa. Como hacemos casi todos (ignoro la razón, pero creo que no lo vuelvo a hacer), mientras esperaban al verde volteó a ver al conductor del carro de al lado, todavía con la risa en la cara, sin saber que ésa sería una actitud mortal. ¿De qué te ríes cab…?, soltó el conductor de al lado antes de robarle la vida a balazos enfrente de su padre.

Eso es hoy Ciudad Juárez. Olviden los muertos en términos de miles y piensen en las calles, las escuelas, las plazas, las fiestas y los supermercados en donde la vida sigue en medio de la agresión, la desconfianza y el miedo. Imaginen que van a comer a un restaurante y no pueden voltear a la mesa de al lado; que van en un camión y tienen que enterrar la barbilla en su pecho para no incomodar a nadie, mientras otean alrededor en estado de alerta.

Imaginen que hay dos formas de enfrentar los días: una, bajando la mirada y guardándose en casa como animales asustados, sin poderle hablar al vecino para pedirle un martillo. Piensen que guardarse es aburrido, que la casa es chica y que cuatro paredes son otra cosa cuando los chavos le meten mota, alcohol o coca.

O piensen en la alternativa: en hacerse de kilos de rudeza, de un arma para salir después de las cinco y de una camioneta polarizada que los ponga del lado de los malos, para que los demás les teman. ¿Lo imaginan? Bien. Ahora piensen en la solución. ¿Saldrán de las madrigueras si hay más policías?

¿Dejarán el arma si hay soldados alrededor? ¿Invitarán a su vecino a ver un partido en la tele? Dénle dos vueltas.

Ahora, ¿pensarían en salir de la cueva si a sus hijos y a los hijos de muchos otros les dan una beca de estudio? ¿Dejarían la camioneta polarizada por jugar un partido en una de las canchas que empiezan a ponerse en todos lados? ¿Comenzarían a confiar en su vecino si sus hijos y los suyos juegan juntos futbol? Parece una tontería, pero dénle una pensada: ¿Canchas y aulas en lugar de policías? En otros lugares del mundo ya funcionó.
Síguenos en

Temas

Sigue navegando