México

Veinte devaluadores y una canción de terror

En el siglo pasado el orgullo nacional estaba en tener una moneda fuerte; en el presente, tenerla débil es lo que se privilegia

Reunidos en Corea, los mandatarios del Grupo de los 20 (G-20) países más influyentes del mundo, económicamente hablando, buscan evitar una guerra entre sus monedas nacionales que descarrile la lenta recuperación económica.

En el siglo pasado el orgullo nacional estaba en tener una moneda fuerte; en el presente, tenerla débil es lo que se privilegia.

Un presidente de México pasó a la historia por declarar al inicio de la década de los ochenta que defendería el peso “como un perro”. Hoy, los chinos inundan de baratijas el mundo precisamente porque su moneda de curso internacional, el reminbi, es una moneda devaluada.

Los empleos mejor pagados son los que se relacionan con las industrias exportadoras, y éstas dependen hoy menos de la innovación que de la devaluación.

En la quinta reunión del G-20, que se realizó esta semana en Corea, una preocupación constante fue la competencia desleal que implica penetrar mercados globalizados por la vía de subsidiar las exportaciones con tipos de cambio artificialmente controlados.

Cada mandatario presente en el país de los que en Asia se conocen como los que comen ajos, incluido el Presidente de México, Felipe Calderón, llegaron al encuentro con la preocupación a cuestas de saber que en sus países no se consolida un crecimiento económico generador de empleos, porque hay dos países del grupo —Estados Unidos y China— que pelean porque el otro no le gane participación de mercado con base en devaluar su moneda.

La potencial guerra de divisas no es un ejercicio de teoría económica, sino de consecuencias en la economía real por cuanto a la capacidad de generar o no empleos.

El terror de todo político es un electorado empobrecido que al contestar la pregunta de si están mejor ahora que antes de que el representante popular equis llegara al poder, su respuesta sea negativa y por lo mismo los echen de sus cargos.

Es el desempleo el gran fantasma del siglo XXI y vuelve a asomar la cabeza en Seúl, porque no hay garantía de que ante la guerra de monedas que se teme, la reacción no sea el cerrar los mercados al comercio internacional, el proteccionismo como escudo ante la avalancha de mercancía producida con un subsidio no reconocido.

Aburre ya anunciar el fin de la globalización como la conocíamos antes de 2008, cuando se pensaba que el crecimiento de los mercados internacionales sería destino manifiesto. Aburre, pero es necesario cada vez que se presencia la incapacidad de los mecanismos, como el G-20, para construir esquemas de colaboración con el fin de estabilizar la economía internacional.

Lo que no se logra en Corea impacta a Comitán. No habrá un México próspero en tanto no haya una solución de largo plazo para introducir orden en los intercambios internacionales; un campesino de Chiapas tiene que competir con uno de Sechuan y al hacerlo enfrenta una desventaja adicional, si el Partido Comunista chino le da la espalda a la responsabilidad internacional de no distorsionar los mecanismos de pago.

Las guerras de divisas se libran en los bancos centrales, pero sus consecuencias se padecen en las calles.

El desorden financiero prevaleciente en México le puede significar que el peso, tan atado como está al dólar, se vuelva atractivo para los especuladores que decidan trasladar capitales al país, no para invertir en la economía productiva, sino para beneficiarse con los diferenciales de tasas de interés.

¿Por qué habría de ser peligroso que entraran grandes sumas de dinero al país?, se preguntarán algunos, pues simple: recordemos 1994, cuando la acumulación de certificados de tesorería o tesobonos acabó explotándonos en la cara.

Ésa es una canción de terror que ya vivimos y que habría que evitar a toda costa por la experiencia acumulada no sólo en esa crisis, sino en otras anteriores, cuando por responsabilidad propia o de terceros sabemos que se destruye el valor acumulado con años de trabajo.

Al escuchar los tambores que anuncian la guerra de divisas, el Presidente Calderón y sus colaboradores deberían de voltear a ver a un país latinoamericano que ha tomado recientemente precauciones frente a los capitales oportunistas: Brasil. Corea es la última reunión del G-20 a la que acudirá Lula y se despide con un blindaje para el real, la moneda de curso en su país; nadie puede invertir en la bolsa brasileña si no garantiza una permanencia de cuando menos un año y el pago de ciertos impuestos.

A su sucesora, Dilma Rousseff, Lula le deja la garantía de que cuando menos en 2011 no le van a inundar el país con inversiones especulativas, cuya consecuencia sea una posible devaluación de la moneda. Ésa sí que es una buena herencia política; ya veremos si el Presidente Calderón es capaz de construir lo mismo para quien en 2012 lo sustituya en Los Pinos.
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