México
Unidos por el dolor
Fue una marcha de reclamo y el reclamo se dirigió a quien detenta la autoridad y por lo tanto la responsabilidad de mantener el orden
Nada hubiera presagiado que alguna vez caminarían juntos: amas de casa, pequeños y grandes empresarios, norteños y morelenses, mormones y católicos, militantes ocasionales o ciudadanos ajenos a lo público, o incluso alérgicos a lo político. Y sin embargo ahí estaban caminando brazo con brazo unidos por el dolor. Y es que la marcha fue eso: la suma de muchos dolores y de incontables agravios. A la pregunta de por qué estaban ahí, las respuestas se sucedían apabullantes: “Mataron a mi hijo hace unas semanas”… “Hace año y medio que mi hijo desapareció en Guadalajara”… “Somos de Coahuila, mi hermano nunca regresó a su casa”… “Me secuestraron hace dos años y es la primera vez que lo digo”.
Estoy segura de que todos hubieran preferido no estar ahí, no haberse conocido, que la violencia no los hubiera arrancado de sus vidas y profesiones. Porque fue la pérdida de un ser querido lo que los reunió y los llevó a encabezar una marcha. Los demás, la inmensa mayoría, se presentaron por solidaridad y empatía, por miedo, por horror y con el deseo genuino y compartido de que México deje de ser el lugar de tantos muertos.
No faltaron los oportunistas, pero desaparecían en medio de los miles que en pequeños grupos se acercaban y acompañaban a los marchantes durante unos kilómetros.
Mientras caminaban, en las redes sociales algunos cuestionaban la utilidad de la marcha. ¿Para quién?, me pregunto. Porque para los que estaban ahí era una razón de vida en medio del dolor y de la pérdida, una forma de duelo compartido y de valentía contagiosa. ¿Para todos los otros? Una revelación de la magnitud y hondura del dolor que está desgarrando a nuestra sociedad.
Nada va a cambiar —decían otros justificando su ausencia—, mañana todo seguirá igual. Puede ser. Y sin duda nada habrá cambiado para quienes no fueron. Los que estaban ahí se sentirán menos solos, otros habrán ejercido por primera vez su derecho democrático de tomar las calles para manifestar un descontento y siempre está la posibilidad de que el reclamo cale y conmueva, se multiplique y genere cambios.
Fue una marcha de reclamo y el reclamo se dirigió a quien detenta la autoridad y por lo tanto la responsabilidad de mantener el orden. Y sí hubo gritos y pancartas contra Calderón. Pero qué gran equivocación la del Presidente de salir a manotearles por televisión un día antes de que empezaran la marcha exigiéndoles, más que pidiéndoles, comprensión para con su estrategia. Son ellos los que merecen comprensión.
Fue, así lo sentí, una marcha con mucha tristeza, con un anhelo: que el horror cese, con una exigencia: que nuestro aparato de seguridad y de justicia funcionen, con una propuesta: que el camino no sea el de la prohibición y que la estrategia no sea únicamente la de las armas.
Me quedo con una frase, la de un manifestante en bicicleta cuya pancarta rezaba: “No estoy llorando, es que se me metió una guerra en el ojo”.
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