México

Un símil del futbol

Como país podemos vernos reflejados en el equipo de futbol mexicano que participa en el Mundial

Como país podemos vernos reflejados en el equipo de futbol mexicano que participa en el Mundial: sin contundencia a la hora de meter goles, con talentos individuales truncos para jugar en grupo, con arrogancia que de poco sirve al enfrentar rivales poderosos, que juega más por competir y menos por placer, involucrado en un millonario deporte/negocio que beneficia a unos cuantos grupos, con seguidores que de las eufóricas porras pasan rápidamente al desánimo y la depresión si no gana el tricolor, y con un público ávido de héroes y al que las televisoras se los construye, ofrece y renueva en uniforme futbolero.

La cancha como símil de la nación: a la hora de meter goles, las autoridades yerran en seguridad pública, erradicación de la pobreza, autosuficiencia alimentaria, fortalecimiento de la educación pública, mejora de las condiciones laborales de los asalariados, etcétera. ¿Y como ciudadanos? Al requerirse asumir nuestra responsabilidad hay que preguntarnos si ni al balón le pegamos o lanzamos tiritititos, como dice el cronista.

Las dificultades para ponernos de acuerdo y jugar en equipo son notorias. Pongamos a los partidos políticos, más preocupados en auto beneficiarse que en transparentar en qué gastan los recursos públicos. También contamos con autoridades que, por ejemplo, rebosan arrogancia para agredir y humillar a indefensos centroamericanos que pasan por México rumbo a Estados Unidos, pero agachones cuando nuestro vecino del Norte nos engulle o pisotea.

El sistema educativo, la visión empresarial dominante y medios de comunicación atizan la competencia, la competitividad extenuante, el triunfo a como dé lugar, el masoquismo como virtud, antes que gozar lo que jugamos, estudiamos o hacemos.

Ganar tendría que ser disfrutar el deporte antes que vencer al contrincante. Pero vencer, llegar en primer lugar a la meta, se volvió una obsesión que hizo olvidar el placentero caminar hacia ella, lleguemos o no. Jugar es disfrutar, como enseñan los niños.

Somos consumidores de un espectáculo que busca muchas ganancias donde hay poco futbol, escasos goles, pinchurrienta técnica, estrecha percepción del deporte y la cultura física, atiborramiento acrítico de lo que nos den, miles de anuncios sofocantes, jugadores que son más mercancías que personas, etcétera.

¿Y los espectadores? Sí nos divertimos, pero también pasamos del sadismo, del molestar al equipo rival para que gane nuestro preferido, al angustiarnos 90 minutos, al dar todo por un mísero gol, al patriotismo pervertido que encarnan 11 pares de piernas. Las televisoras, la Selección mexicana y la clase política usufructúan la esperanza de que ¡ahora sí, vamos por el triunfo!: construyen la esperanza, la promueven y de ella viven.
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