México
Un pueblo noble
Todavía hoy, un alto porcentaje de ciudadanos se empeña todos los días por trabajar afanosamente en quehaceres honestos
Del modo que sea, lo cierto es que por lo común el mexicano ha sido un pueblo noble en el mejor sentido. Todavía hoy, un alto porcentaje de ciudadanos se empeña todos los días por trabajar afanosamente en quehaceres honestos, aun si mal pagados, por cuidar a su familia y abrirle un mejor futuro; más que los mirones que siempre hay, no faltan quienes de inmediato se acomiden a ayudar al accidentado, así sea cubriéndolo con una manta, que, en el peor de los casos, el fallecimiento, acercándole una veladora.
Sensibilidad social y solidaridad surgen por diversos rumbos desde las iniciativas más discretas y menos publicitadas a favor de los grupos sociales de mayor marginación, así como líderes populares que sí buscan el bien de los demás.
Pero con el pasar de los años se ha ido afirmando una generación de personas que sin perder la nobleza de origen, ha ido perdiendo la civilidad, asunto que se refleja sobre todo en el trato social, cualquiera sea su expresión.
Maltratar, agredir, imponer, avasallar, denigrar, destruir, son sólo algunos de los verbos que se están conjugando cada vez con mayor frecuencia en nuestro país, devolviéndonos a la selva.
No obstante, el riesgo más apremiante que hoy enfrentamos es el hecho de que la delincuencia contemporánea se aplica intensamente a cultivar los instintos más destructivos del ser humano, arrasa con todo sentimiento de nobleza, envilece el corazón, congela cualquier conato de sensibilidad humana, pervierte la racionalidad y desata toda posibilidad de contención. Ya no es solamente la estadística de la delincuencia, sino los medios, las formas, el terrorismo declarado, esa perversidad que solamente puede expresar el ser humano enajenado. La masacre ocurrida en Tamaulipas, con las antecedentes y las posteriores, no pueden ser olvidadas, son un peldaño más hacia el despeñadero.
Experiencias como éstas están llevando a muchas personas a una conclusión alarmante por más que sea realista: quienes pretenden vivir con nobleza en mitad de una selva, acaban siendo las primeras víctimas.
Sin duda que las nuevas condiciones de la sociedad exigen nuevas reglas, pero no en el sentido de imitar lo que nos destruye. La nobleza tiene que ser muchas veces perspicaz, todo el tiempo honesta en sus recursos y siempre alerta para no ser ni utilizada ni muchos menos corrompida. Esta postura sostiene y proyecta la nobleza de la sociedad mexicana, que a lo largo de los siglos ha sabido enfrentar situaciones de verdadera barbarie para transformarlas en nuevos modelos de civilidad.
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