México
Trigo sin paja
Estamos aún en la etapa que corresponde a un capitalismo salvaje...
Más kilómetros recorridos, más reuniones públicas, más gente que asistió, más discursos, más saludos. Todo queda para la historia de las vanidades políticas cobijadas por el signo de “más”.
No se ha dado oportunidad para formar nuevas generaciones que sustituyan a los viejos políticos y líderes sindicales. Se han topado los jóvenes con la barrera infranqueable del “santa sanctorum” done residen los ancianos cuya visión del horizonte ya es limitada. No hay diálogo, porque la brecha generacional dinamitó el idioma y las concepciones del poder, del ayer, del hoy y del mañana. A la generación caduca que se considera indispensable, se le detuvo el reloj. Olvidó que el tiempo de México y el mundo aceleró su ritmo. Se ha aferrado a criterios que en su tiempo quizá fueron buenos, pero que han sido rebasados. Para su miope visión, lo que fue bueno en sus tiempos es bueno hoy. Desafortunadamente, la mayoría de los jóvenes valiosos que aspiran al reemplazo, han heredado el lenguaje de quienes ya transitaron sobre la historia, y hoy, para congraciarse con ellos, repiten el mismo discurso acartonado que paraliza toda voluntad modernizadora.
Benjamín Disraeli, parlamentario y primer ministro de la reina Victoria de Inglaterra, sostenía que nada revelaba tan seguramente el carácter de una persona, como su voz.
Lucio Apuleyo, escritor latino del siglo II d.C., decía que el primer vaso de vino corresponde la sed; el segundo a la alegría; el tercero al placer, y el cuarto a la insensatez.
Tal parece que en nuestros días asistimos, en calidad de testigos, al deprimente espectáculo de ver generaciones infectadas por dentro con el virus de la putrefacción del espíritu.
Gabriel García Márquez, en su hermoso libro “El General en su laberinto”, al hablar de una gran pasión de Simón Bolívar, Manuelita Sáenz, escribió estas palabras: “Lejos quedaban los tiempos en que ella estuvo a punto de mutilarle una oreja de un mordisco en un pleito de celos, pero sus diálogos más triviales solían culminar todavía en los estallidos de odio y las capitulaciones tiernas de los grandes amores”. También escribió: “Se sentaba largo rato a cavilar frente al puentecito de tablas bajo la sombra de los sauces desconsolados, absorto en los rumbos del agua que alguna vez comparó con el destino de los hombres en un hermoso símil retórico”.
(r_develasco22@hotmail.com)
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