México

Tres voces

La tristeza es un común denominador en el recuerdo de la conducta humana

“A Jacobo, este relato de un regreso a la vida. Afectuosamente. Jorge Semprún. Febrero 2011. París”.

La dedicatoria viene en la nueva edición de un libro estremecedor leído hace mucho tiempo. El viejo luchador recuerda, asomado a los 88 años, sus 23 de aquel 11 de abril de 1945, día de su liberación del infierno nazi de Buchenwald. El día que regresó a la vida.

En Cuernavaca un joven terminó la suya, asesinado junto a otros seis inocentes, en medio de la más intensa, prolongada y catastrófica batalla entre militares, civiles y asesinos que se haya visto en México. Un padre destrozado llora la ausencia y se instala en la plaza pública para que su dolor ayude a impedir más crímenes similares.

El mismo jueves una tercera voz, la del gobernante que declaró la guerra sin saber qué guerra estaba declarando, sentencia: “Todavía habrá necesidad de luchar, porque hay dificultades que vencer, pero las necesidades no harán más que aumentar las glorias del triunfo”. Como dijo Napoleón: “Otro triunfo como éste y estamos perdidos”.

En el mínimo de palabras la síntesis de una vida: Jorge Semprún nació en Madrid, hijo de una familia republicana de la alta burguesía, educado en la cultura y el debate de ideas, se apasiona temprano por la literatura, el arte, la filosofía y el compromiso político. Perdida la guerra civil, exiliado en Francia, ingresa al partido comunista, milita en la resistencia durante la ocupación alemana, es capturado, torturado por la Gestapo, encerrado en el campo de exterminio, disfrazado mantiene la lucha clandestina en la España de Franco, desencantado rompe con el Partido Comunista Español y se libera de cualquier sometimiento ideológico. Es ministro de Cultura en el Gobierno socialista de Felipe González. Alguien dijo que la vida y la obra de Semprún son imprescindibles para entender y descifrar el siglo XX. Mide su existencia no por lo que le queda, sino a partir de que regresó a ella esa mañana de primavera cuando apagaron el horno crematorio y dejaron salir a los fantasmas humanos.

Algo tiene de duelo bíblico el de Javier Sicilia por su hijo. Al pronunciar una plegaria recuerda la oración de los muertos que Semprún escuchó tantas veces en tantas últimas palabras. Hoy se levantará, terminada la liturgia, y repetirá sus palabras: “Es el último plazo que le damos al gobernador Marco Antonio Adame y a Felipe Calderón para que frente a nosotros, frente al pueblo de Morelos y el país, presente ante la justicia a los asesinos de nuestros hijos y a sus cómplices”. Una nación lastimada ofrece su solidaridad espontánea a quien de pronto simboliza el sentimiento general de frustración, ira e impotencia. Sólo en Tamaulipas, ese funesto jueves, dos fosas, una con 59 y otra con 13 cadáveres, se integran al cortejo fúnebre interminable y creciente.

Se trasladó a Cancún el histórico Salón de la Tesorería con su carga de frases previsibles y silencios ominosos. No habló el señor Calderón del montón de cadáveres de esa jornada, ni de las marchas de protesta y por la paz en centenares de ciudades. “No es nuestra guerra, aunque son nuestros muertos”, decía una manta. El Presidente Calderón esculpía en el mármol sus pensamientos: “Lo que nos mueve es acabar con esa violencia irracional”. No pos sí. La justificación de la estrategia convence a cualquiera. Bueno, no a cualquiera, por ejemplo al señor William Brownfield, subsecretario de algo en Estados Unidos, quien, en el mismísimo Cancún, dijo: “Nos equivocamos”. Punto.

Hoy en París el prisionero 44 mil 904 trata de borrar la oscuridad de su memoria. Su espíritu de combatiente y su vocación de intelectual deshilan la madeja de la maldad humana sin encontrar explicación.

Hoy en Cuernavaca se quitarán las ofrendas, se consumirán las veladoras y terminará la oración. Javier Sicilia renuncia a la poesía, llevará al hijo perdido como un puñal clavado para siempre y espera justicia.

Hoy en cualquier lugar de esta tierra nuestra ensangrentada, un presidente extraviado en su laberinto busca el hilo de Ariadna para salir de él. Para sacarnos de ahí, pero nadie se consuela con una esperanza vaga y distante.

Extraño destino de dos muchachos de la misma edad. Al regresar a la vida Semprún tenía la de Juan Francisco cuando encontró la muerte. Dos eternidades los separan.

Misteriosa disparidad de dos hombres envueltos en el mismo enigma: el padre que no encuentra explicación y el gobernante escaso de soluciones.

Las voces y sus ecos llegaron juntos al mismo tiempo y por casualidad un día de la semana pasada.

La tristeza es un común denominador en el recuerdo de la conducta humana.
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